
Deberes entre sacerdotes y seglares. Entre magistrados y particulares. Entre superiores e inferiores.
Deberes respectivos entre sacerdotes y seglares. Entre magistrados y particulares. Entre superiores e inferiores.
De los deberes respectivos.
Entre sacerdotes y seglares.
Son tan puras y tan eminentemente sociales las sublimes doctrinas del Evangelio, que el sacerdote, revestido del alto carácter de practicarlas y enseñarlas, debe por precisión portarse con dignidad y decoro, de modo que sus modales, palabras y acciones, sean tan cultas y delicadas, que jamás puedan ofender al pudor ni a la modestia.
El tribunal de la penitencia es el sitio en donde el sacerdote necesita desplegar todo su talento, toda su finura y tolerancia. Su lenguaje será siempre dulce, consolador y caritativo, atrayendo las almas al camino de la virtud por medio de la persuasión y la ternura, sin emplear jamás la acritud ni la dureza.
Los sacerdotes son los médicos de las almas, y es indispensable que se hallen siempre prontos a acudir en auxilio de los que sufren, sin que se lo impida ni el desatender a sus comodidades propias, ni el no conformarse con los usos establecidos. Su constante guía ha de ser su conciencia y el exaltado amor a sus hermanos, y siguiéndolo con firmeza, honrarán su sublime ministerio.
Los seglares deben considerarle como a un superior y a un padre, y tratarle con consideración y respeto.
Entre magistrados y particulares.
La ley y la conciencia son el único norte del magistrado; pero su severo ministerio ha de ser templado por la caridad, las atenciones sociales y la dulzura.
Aun el desgraciado que ha cometido crímenes espantosos tiene derecho a su consideración, pues jamás le es permitido faltar a los deberes que la humanidad le impone, ni tratar con despego y altanería a los que recurren a su protección.
Los particulares por su parte deben tratar con respeto a los que son representantes de la ley, y no injuriarlos ni resentirse si la justicia los despoja de los bienes a los cuales se creían acreedores.
Entre superiores e inferiores.
Los superiores jamás han de abusar de la favorable situación en que los coloca la suerte, para deprimir a los desgraciados que tal vez reunen mil circunstancias para ser acreedores a los beneficios de la fortuna que a ellos les sonríe.
Cuanto más alta sea la categoría del superior, más amable, deferente y considerado se mostrará con sus inferiores, y lejos de portarse como un déspota tirano, procederá siempre como un bienhechor y como un padre.
El inferior por su parte cuidará de no pasar nunca la línea que le ha marcado la suerte o los merecimientos entre él y el superior, y sean cualesquiera las prendas de que se crea adornado, nunca olvidará su propia categoría, ni la del que tiene derecho de mandarle.
No propasarse nunca es el mejor medio de conservar su lugar y guardar su propio decoro.
Pero no confundamos nunca el respeto con el servilismo y la adulación.
El que hace la corte al poder, se rebaja y se envilece, y jamás será imitado por el hombre digno y bien educado.
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