
El amor filial y el respeto.
Apenas se abre a la idea del deber la inteligencia del niño, cuando ya le grita la naturaleza: "Ama a tus padres".
El amor filial y el respeto.
La carrera de tus acciones comienza en la familia: la casa paterna es la primer palestra de la virtud ¿Qué diremos de los que pretenden amar a su patria ostentando heroísmo, y faltan a un deber tan alto como la piedad filial?
No hay amor patrio, no hay el más mínimo germen de heroísmo, donde hay negra ingratitud.
Apenas se abre a la idea del deber la inteligencia del niño, cuando ya le grita la naturaleza: "Ama a tus padres".
Es tan fuerte el instinto del amor filial, que parece no debiera ser necesario cuidado alguno para fomentarlo durante la vida. Sin embargo, como antes decíamos, a todos los buenos instintos es preciso darles el apoyo de nuestra voluntad , pues de lo contrario se van perdiendo; por eso es preciso que nosotros ejercitemos con firme propósito la piedad para con nuestros padres.
El que se precie de amar a Dios, de amar a la humanidad, de amar a su patria, ¿cómo no profesará gran reverencia a aquellos por cuyo intermedio llegó a ser criatura de Dios, hombre y ciudadano?
Nuestros padres son naturalmente nuestros primeros amigos; son los mortales a quienes más debemos; para con ellos estamos obligados del modo más sagrado a gratitud, a respeto, a cariño, a indulgenoia, y a suave manifestación de todos estos sentimientos.
Suele ser demasiado fácil que la grande intimidad en que vivimos con las personas más cercanas nos acostumbre a tratarlas con culpable descuido, con poco esmero de serles amables y de embellecer su existencia.
Guardémonos de semejante falta. El que quiera ennoblecer su alma debe sellar todas sus afecciones con cierta voluntad de exactitud y de elegancia, que las eleve al grado posible de perfección.
Aguardar a estar fuera de casa para mostrarse cortés observador de todo agradable miramiento, y fallar entre tanto de obsequio y de suavidad con los padres, es culpa e irracionalidad. Los buenos modales se aprenden con la asiduidad, y empiezan en el seno de la familia.
¿Qué mal hay, dicen algunos, en vivir con sus padres en entera libertad? Ya saben que sus hijos los aman, aun sin la forma de graciosas exterioridades, aun sin obligar a estos a disimular sus disgusto y sus malos humores. Tú que deseas salir de lo vulgar no razones de ese modo. Pues si estar en libertad quiere decir ser ruin, será ruindad; y no hay estrechez de parentesco que la justifique.
El alma que no tiene el valor de trabajar en casa, como fuera de ella, para ser amable con todos, para adquirir toda virtud, para honrar al hombre en sí mismo, para honrar a Dios en el hombre, es un alma mezquina. Para descansar de la noble fatiga de ser bueno, cortés, delicado, no hay más tiempo que el del sueño.
El amor filial es un deber no solo de gratitud, sino de imprescindible conveniencia. En él caso raro de tener padres poco benévolos, con poco derecho a exigir estimación, solo el ser los autores de la vida les da una cualidad tan respetable, que nunca el hijo podrá sin infamia, no digo menospreciarlos, pero ni aun tratarlos con descuido. En tal caso las consideraciones que les guarde tendrán mayor mérito, pero no dejarán de ser una deuda pagada a la naturaleza, a la edificación de los demás, y a la propia dignidad.
¡Desdichado aquel que se hace censor severo de algunos defectos de sus padres!¿Dónde comenzaremos a ejercitar la caridad, si la rehusamos a un padre o una madre?
Exigir, para respetarlos, que sean sin defectos, que sean la perfección de la humanidad, es soberbia e injusticia; nosotros, que deseamos también ser respetados y amados, ¿somos acaso siempre irreprensibles? Aun cuando un padre o una madre estuvieran lejos del ideal de juicio y de virtud que quisiéramos, hagámonos discretos para excusarlos, para esconder sus defectos a los ojosde los demás, para apreciar todas sus buenas prendas. Obrando así, nos mejoraremos a nosotros mismos, adquiriendo una índole pía, generosa, sagaz para encontrar los méritos ajenos.
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