Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". IV.
Comentario de Julia Valera sobre la obra de Erasmo de Rotterdam "De la urbanidad en las maneras de los niños" -De civilitate morum puerilium-.
Si nos centramos en uno de los ámbitos de estas obras, por ejemplo en el tema "del comer", se puede comprobar que ser bien criado en este aspecto es no ser villano, ni bruto, goloso, inquieto o travieso en la mesa. Claro, que en Erasmo no domina de este modo la definición en negativo: el niño en los convites ha de ser moderado, respetuoso, honesto, bien nacido, amable, es decir, lo contrario a intemperante, huraño, perruno, indecoroso, pueblerino, incivil, hampón, glotón, gatuno, bandolero, puerco, demente, macho cabrio o rústico. La civilidad se muestra, pues, no sólo como el arte de diferenciarse de las clases populares, sino también de los animales. A partir de este momento, los conflictos sociales, los enfrentamientos de clase se inscribirán en el cuerpo y se reflejarán en él.
Si continuamos con el tema del comer -ya que no podemos abarcar todo en este breve comentario-, los distintos autores nos permiten conocer los ceremoniales que han de presidir el buen comportamiento en la mesa. Nos ilustran además acerca de los utensilios que entonces se utilizaban en los banquetes: manteles, fuentes, copas, cuchillos, platos... Todavía no se había impuesto ni el tenedor ni la cuchara individuales; tampoco la servilleta o el pañizuelo tenían funciones bien determinadas (servían para limpiarse desde las manos hasta las narices, aunque este último uso comenzaba a estar mal visto), y se colocaban en el hombro o en el antebrazo izquierdo. La nueva reglamentación impide coger las viandas -carne, pan, fruta, etc.- con la mano. Los manjares deben tomarse con dos o tres dedos. Se prohibe meter los dedos en la fuente, elegir el mejor bocado, comer a dos carrillos, poner los codos encima de la mesa, enfriar la sopa soplando... En suma, entran en vigor muchas de las normas que, con mayor o menor fortuna, han intentado inculcarnos desde niños. Gracián Dantisco expresa gráficamente lo que no debe hacer el bien criado: "A aquellos que vemos a manera de puercos con el hocico en la comida, del todo metidos, y sin alzar la cara ni remover los ojos, y mucho menos las manos de la vianda y con entrambos carrillos llenos, que es como si tañesen trompeta o soplasen la lumbre, esto, por cierto, no sería comer, sino engullir, los cuales, emporcando las manos hasta las muñecas, ponen de tal manera las servilletas, que las rodillas de fregar quedan más limpias, con las cuales no tienen vergüenza de limpiarse muchas veces el sudor que con la priesa que se dan a comer les corre de la frente y de la cara y alrededor del pescuezo, y que vuelta de esto se limpian también las narices; verdaderamente, los tales no deberían ser recibidos no sólo en ninguna casa polida, pero deberían ser echados de entre los hombres bien acostumbrados". (LUCAS GRACIÁN DANTISCO: Galateo español. Valencia, 1601, p. 27.).
A partir del siglo XVII, en las mesas de las distinguidas clases cada comensal dispondrá de servilleta, plato, tenedor, cuchara y cuchillo propios. La forma de manejar los cubiertos, sus funciones, se irán definiendo y transformando con el tiempo, ya que su uso "correcto" no surge de repente. Poco a poco, las clases altas introducirán nuevas variantes para distinguirse: los útiles de la mesa no sólo serán de materiales nobles, sino que además se inventarán baterías de cuchillos, tenedores y cucharas: carne, pescado, legumbres, postre, etc. ¿De dónde si no podría derivarse esa obsesión de la burguesía por las exhaustivas cuberterías de plata?
En resumen, a partir del siglo XVI se perfilan de forma nítida distintas estrategias de urbanidad en función de los grupos sociales, y en el interior de éstos, en función de los sexos (Las buenas maneras en las niñas cuentan asimismo con una literatura abundante, que parte de la Institución de la mujer cristiana, de Vives, y de El Cortesano, de Castiglione, en su parte dedicada a la dama, y se prolonga hasta el siglo XX).
Erasmo, Vives y otros humanistas viven en un momento histórico de intensa movilidad y vehiculan un ideal de universalidad que muy pronto se verá contrarrestado por programas más específicos y selectos. Los hijos de príncipes y grandes señores tendrán que prepararse para cumplir las altas funciones a que están destinados. Toda una serie de autores tratarán de definir los distinguidos usos del cuerpo que consideran más acordes con las nobles clases. Sus programas cobrarán dimensiones diferenciales en el interior de un sistema de refinamiento, etiqueta y representación. La modestia, el respeto, la humildad, la moderación no se avienen fácilmente con el tipo de identidad social que se está fraguando para la nobleza cortesana, en función de la cual cobran especial importancia, el ornato, el esplendor, la sobreabundancia de gestos y maneras, que deben siempre adoptar la marca de la "naturalidad".
Los usos sociales del cuerpo.
Norbert Elias centra su análisis de la civilización en la codificación progresiva de las pulsiones o necesidades naturales: comer, escupir, orinar, defecar, dormir, impulsos sexuales, etc. No deja, sin embargo, de tratar, aunque sea de paso, otros aspectos, como el lenguaje e incluso la lógica del pensamiento. Y es que en su perspectiva teórica juega un papel importante la teoría freudiana de la represión de la libido. De ahí que se plantee la modificación que a través de los siglos han sufrido las normas del pudor, del placer y del displacer. Desde la óptica de la represión pulsional, dichas normas aprisionan y someten cada vez más al individuo, quien con frecuencia las acepta de forma mecánica e inconsciente. Elias señala cómo la sociedad occidental ha reprimido, lenta pero imperiosamente, el componente placentero ligado a la satisfacción de determinadas funciones, provocando en su lugar sentimientos de angustia que las relegan cada vez más al ámbito de la intimidad, de lo privado. De este modo, los individuos han sido condicionados para sentir, frente a determinadas acciones, emociones negativas, de displacer, repugnancia y embarazo. Este proceso progresivo de autocontrol e individualización puede incluso generar conflictos en las relaciones familiares, en la medida en que los padres no son conscientes muchas veces de que su pudor y sensibilidad, respecto a actos considerados "naturales", es el resultado de la interiorización de un cúmulo de preceptos, reglas, prohibiciones, censuras y presiones sociales. La civilización no se ha impuesto, pues, sin la contrapartida de sujeciones y violencias.
Frente a esta tesis de la represión me interesaría resaltar otras contribuciones que, aunque tienen menor entidad, están también presentes en la inteligente obra de este discípulo de Max Weber. Los cuerpos, a través del aprendizaje de las buenas maneras, se ven atravesados por mecanismos de distinción y de dominación que les confieren una identidad. El cuerpo elegante, distinguido, desenvuelto, bello, es construido, paso a paso, por medio de un minucioso y lento moldeamiento de gestos, acciones y habilidades. Tal construcción tiene como contrapunto y complemento el cuerpo zafio, vulgar, torpe, feo y desaliñado de los miembros de las clases populares. Esta dicotomía, perfectamente comprobable en la literatura que trata de la cortesía en el siglo XVI, se verá posteriormente recubierta por una serie de racionalizaciones que la hacen menos evidente.
El cuerpo es objeto en la obra de Erasmo de una atención especial: se convierte en el blanco de toda una regulación precisa y afinada. Antes de que pasemos a ver más en concreto cómo va a ser sometido a una normalización intensa, conviene dejar claro que el cuerpo es también el soporte de una ritualización complicada a través de la inculcación de los buenos modales, el vestido, el lenguaje, los juegos, los encuentros cotidianos o excepcionales. Pero dado que estas dimensiones han sido ya más estudiadas -recuérdense, por ejemplo, los trabajos del propio Elias, Bourdieu, Goffman y otros-, me detendré especialmente en los aspectos más directamente "corporales" del cuerpo que con el tiempo han sido relegados y maquillados hasta pasar a un segundo plano.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". I.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". II.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". III.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". IV.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". V.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". VI.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". VII.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". VIII.
- Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". IX.
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