
Cortesía con los niños. III.
Nunca se encarecerá bastante a los jóvenes el crédito y el descrédito que nos granjean los compañeros con quienes estamos más intimados.
La cortesía con los niños.
Aprovechad todas las ocasiones a fin de demostrar con hechos y con ejemplos que si el vicio trae consigo algún placer seguido de muchas amarguras, no le faltan a la virtud sus premios y recompensas. Así haréis apreciable para el niño la prudencia, que promete seguridad, la justicia, abundante fuente de reputación, la bondad que se granjea el amor, el valor que se conquista elogios, la templanza que fortifica la salud y mata muchos de los estímulos que impulsan al delito.
Dos cosas fastidian al niño: la cortesía y el estudio. La cortesía destinada a endulzar la vida es ocasión de desagrado, porque las madres dan a entender que es cosa muy difícil hacer referencia, puesto que a cada instante desacreditan a las niñas que no saben hacerlas. Antes que luzca el primer esplendor de la razón quieren que sus hijas hagan saludos como monas y repitan los cumplimientos cual un papagayo. La idea moral de las distinciones sociales no tiene cabida en el espíritu de los niños antes de los siete años, por cuya razón no pueden repetir ciertas fórmulas sino maquinalmente y por costumbre, mas no por sentimiento. No siendo este lugar oportuno para ocuparme de los métodos de instrucción, me limitaré a decir que a los pedantes incapaces de hacerse amar, no les queda otro método que el de hacerse temer.
Después de cubrir de espinas la instrucción, castigan a los jóvenes haraganes para que estudien, por lo cual no es de admirar que en el ánimo del niño nazca la idea de que estudiar significa sufrir un castigo. Convertís la escuela en un infierno y pretendéis que la juventud se le aficione. Quien dijese que para hacer amar a una mujer es preciso volverla fea, raciocinaría según lo hacéis vosotros. Se aumenta la repugnancia al estudio cuando la progresión, la duración y la calidad de los estudios no son proporcionados al desenvolvimiento de la inteligencia de los jóvenes, ni conformes con las incumbencias sociales que deben exigirse de cada uno. Los venideros tendrán mucha dificultad en creer que en el siglo XIX, llamado el siglo de las luces, se enseñe la lengua latina antes que la patria, que en muchas poblaciones haya escuelas de lengua griega de la cual hacen uso un número de todo punto insignificante de personas, y que no haya escuela de cortesía de que tanto necesitan todos (Nota 2).
"Las buenas o malas compañías influyen en la educación de los jóvenes"
(Nota 2). El autor se lamenta de que en Italia se enseñe la lengua latina antes que la Italiana, y nosotros podemos decir lo mismo con respecto a la española. También en España, se enseñan el latín y el griego, y en ninguna parte hay cátedras de lengua española, ni aun en los institutos en donde a vueltas del la lógica, de la historia, de las matemáticas, de la física, se enseñan la teoría y la práctica del tejido, el dibujo y las lenguas italiana, francesa, inglesa y alemana. Y no será de seguro porque no haya necesidad de estudiar la lengua española, pues de cada diez mil españoles no hay uno que la conozca medianamente.
Nunca se encarecerá bastante a los jóvenes el crédito y el descrédito que nos granjean los compañeros con quienes estamos más intimados, y cuan inclinado se siente el público a juzgar de nuestras buenas o malas cualidades por las de ellos. Así como el contacto de un fruto maleado echa a perder al más sano, así la compañía del vicio acaba por manchar el alma más inocente y más pura.
No hablaré de la costumbre tan inurbana como inmoral de ajustar los matrimonios de los jóvenes, no consultando su recíproca inclinación, sino el oro y la antigüedad de la sangre, mas que para recordar que contra este manantial de corrupción ha declamado no poco la filosofía, y que sino ha conseguido restañarlo del todo, por lo menos ha disminuido mucho su abundancia.
- Cortesía con los niños. I.
- Cortesía con los niños. II.
- Cortesía con los niños. III.
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