Actos que molestan a los demás. III.
Todas las acciones nuestras que en las vicisitudes socíales y en la conversación común ahorran incomodidad, tiempo y trabajo a nuestros semejantes.
Actos que molestan la memoria, los deseos y el amor propio de los demás.
No consultando más que su gusto no invitan sino que obligan a tocar, a cantar, a bailar a quien realmente no tiene más habilidades o no está dispuesto a ello, poniéndole en la necesidad de decir un no resuelto, o de excitar la compasión de los circunstantes. Si ellos deben tocar o cantar nunca les faltan excusas ni preámbulo, ni afectadas protestas de ignorancia. Y lo más gracioso es que después de haber comenzado con aparente repugnancia, cantan y tocan hasta fatigar a todo el mundo. Quizás por irreflexión y tal vez por curiosidad se ponen a leer las cartas de otras personas, cuando las cartas son los custodios de los secretos de familia, que no hay quien no quiera tener ocultos.
A fuer de vecinos molestos espían vuestra conducta, escuchan cuanto habláis, os importunan para que toméis parte en sus conversaciones que no os agradan, suscitan dificultades para pasar por lugares que son comunes: os asustan con improvisos disparos y cuando la noche está adelantada gritan y sueltan carcajadas como locos. Severos con los criados en cuanto atañe a su servicio, nada exigen para los demás. Sus criados tienen libertad de despertaros todos los días antes de amanecer con ruidos y con gritos sin que ellos les ordenen el silencio: y si son aficionados a tocar el cornetín, no lograréis que dejen de hacerlo durante diez minutos, aunque tengáis enfermos en casa.
Siempre duermen profundamente cuando van a su casa el cerrajero, el zapatero, el sastre con sus cuentas, o bien están ocupados en asuntos graves que no admiten distracción ninguna. Se ofenden si les pedís recibo del dinero entregado; siendo así que este uso, como un preservativo contra las eventualidades, y puesto en práctica con todos, no debe ofender a nadie. Nunca saben hallar un instante para hacer testamento, como si un papel debiese hacer morir de repente a quien lo firma, o pudiese acortar un minuto su vida; y por esta tontería ponen en grave riesgo los deberes de justicia y de agradecimiento.
Si ocupan un lugar en las oficinas más frecuentadas por el pueblo, como municipios, hospitales, casas de industria, montes de piedad y cajas de socorro u otras, se hacen fastidiosos e incómodos de mil maneras; ya no se encuentran en la oficina en las horas regulares, y hay que ir a buscarlos mil veces en vano. Tal vez la fingida muchedumbre de negocios les hace olvidar el vuestro y es indispensable que volváis. No conociendo las fuentes en donde deben buscarse las noticias, incomodan con invitaciones oficiales a diez personas, cuando bastaría llamar una, o bien tomarse la molestia de consultar los propios registros. Después que han perdido los papeles aseguran que los han remitido a otras oficinas, y os envían a perder inútilmente el tiempo a otra parte. Si un negocio reclama algún examen o la lectura de otros documentos, ellos le hacen de más difícil despacho con una resolución intempestiva que demuestra que ni siquiera lo han leído; y de este modo os ponen en el caso de hacer nuevas solicitudes. Cuando el negocio es sencillo dan tormento a su menguado caletre para dar pruebas de agudeza a su jefe, que no siempre es un lince. Le imbuyen temores y sospechas, cuyo efecto es tanto más seguro cuanto son más vagas e indeterminadas. Se figuran que tanto más demostrarrán su celo cuanto mayores sean los obstáculos que opongan a vuestras pretensiones. Generalmente los empleados más ignorantes son los más descorteses, porque como ignorantes se figuran que la pedantería y el tono brusco les concilian el respeto, y que lo mejor es hacerse temer de aquellos que los necesitan. Y aun a veces para disculpar su descortesía suponen órdenes que no han recibido, poniendo así en ridículo a sus superiores.
Todas las acciones nuestras que en las vicisitudes socíales y en la conversación común ahorran incomodidad, tiempo y trabajo a nuestros semejantes, son otros tantos rasgos de urbanidad y cortesía. Este principio prueba la racionalidad de los usos vigentes en los pueblos civilizados y excluye la idea de convenciones arbitrarias. El hombre cortés es el último en subir a un coche y el primero en bajar, con el objeto de ayudar a los otros en la bajada y en la subida. Mas si alguno se empeña en no admitir está galantería, cede con gracia, diciendo obedezco, u otra palabra semejante, con el objeto de que la porfía y la dilación que de ella nace no resulten más gravosos que la incomodidad que trataba de evitarse.
Encontrándose con muchas personas en una estancia se coloca en el lugar más inmediato a la puerta, porque es el más expuesto a sufrir la incomodidad del aire, o de los que entran y salen.
Paseando con muchas personas deja a los demás el medio, por ser aquel en el cual es más fácil oír lo que los otros dicen y hacerse oír por ellos. Cuando llega al término del paseo se vuelve dando el rostro a la persona con quien habla, puesto que los afectos del ánimo se leen en el rostro y no en las espaldas.
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