
San Valentín y los enamorados
Las casas comerciales nos atiborran en estos últimos días con recomendaciones en torno a la elegancia del regalo, a la oportunidad de demostrar en este día al ser que se ama...
foto base aliceabc0 - Pixabay
El origen de la fiesta de San Valentín. El día de los enamorados
Aquella urbanidad
En la vida y en la historia ocurren lances peregrinos. Ahí tenemos al mundo de Colón llamándole América por arte de birlibirloque. En cierta ocasión, un laureado me contó confidencialmente que tan gran condecoración la había obtenido por un equívoco personal con fondo de cobardía. San Antón es patrón de la fauna doméstica y, la verdad, ignoramos qué relaciones pudo tener el Santo Abad con las ponedoras híbridas, con los pacíficos rumiantes y con los honorables productores de ese artículo estratosférico llamado jamón serrano.
Hoy se nos plantea el problema de San Valentín. Las casas comerciales nos atiborran en estos últimos días con recomendaciones en torno a la elegancia del regalo, a la oportunidad de demostrar en este día al ser que se ama que se es capaz de un sacrificio pecuniario por embellecer un amor.
A simple vista, parece que ha sido el comercio el inventor y propagador de esta idea con la sana intención de aumentar sus propios ingresos. La comercialización de lo espiritual es un triste sino; pero es también un excelepte camino para la difusión de las ideas.
San Valentín, concretamente en España es, de unos años a esta parte, patrón indiscutible de los enamorados, de esos mortales en trance de entrega sumisa, de soñolencia bella, de esperanza azul, de sacrificio generoso. San Valentín aparece como patrón de los enamorados, no de los entontecidos, ni de los pasionales a ultranza, ni de los supersexualizados... Conviene distinguir términos y no creer que Dios va a destinar a un Santo como alcahuete de trapícheos, ni como celestina para disimular con el sagrado nombre del amor, aunque sea humano, lo que no es más que una trapisonda de lujuria y libertinaje. La experiencia nos dice que las parejas enamoradas, en sentido ortodoxo, son algunas menos de las que se hacen regalitos el día de San Valentín.
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¿Por qué San Valentín es el patrono de los enamorados?
¿Pero, este Santo tiene algún motivo para alzarse con el patronazgo más bello que es dado ostentar a un Bienaventurado, después de María, "madre del Amor hermoso"?... ¿No se fundamentará en una mera leyenda...? Yo mismo he lanzado una propia, con el derecho que asiste a cualquier imaginación y, por cierto, con más substancia real de la que alguien pueda suponer.
San Valentín fue un clérigo de vida ordenada; no fue un mártir que se desdidiese de su novia para ir a la muerte o para abrazar el estado clerical. San Valentín fue un sacerdote que entregó a Dios su vida y corazón. Esta realidad parece que confirma la añeja sabiduría del refrán de nuestras comadres: "Unos cardan la lana y otros llevan la fama...".
Pero, no. San Valentín lleva la fama porque algo, circunstancial al menos, le ha hecho cardar la lana de este vellón, maravilloso, y celeste que es el amor recíproco entre hombre y mujer. Aparte de cualquier leyenda, entiendo que la razón de este patronato estriba en una coincidencia externa, pero providencial. Oídla.
San Valentín fue martirizado en Roma, mediado Febrero, cuando el vaho del Mediterráneo salta sobre el continente y recorre, como un corcel alocado, las campiñas de Italia, perfumando el aire y resucitando ia vida. En Roma siempre se anticipa la primavera. La primavera pertenece a los enamorados. Es la captación de los atardeceres lentos, melancólicos, tan propicios a la confidencia y a la entrega del corazón. Así ha sido siempre.
Es muy posible que este tránsito de de lo aterido a lo cálido, del hielo al agua blanda, de la vena ceñida a la sangre en torrente, se celebrase en Roma, pagana por aquellos días, con menos decoro de lo permitido. La Iglesia, Institución divina con soportes humanos, que bendice y santifica los amores de los hombres, no quiso suprimir esta fiesta, pero la legalizó, la dignificó, haciéndola coincidir con la de San Valentín.
El recuerdo del amor era exacto, perp dentro del cuadro de la dignidad, señorío y sobrenaturalidad que presta la Religión a las cosas humanas. San Valetín, comenzó a ser el titular de las parejas de dos romanos, sobre todo a partir del siglo IV, cuando el Papa Julio I levantó una basílica en su honor.
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De Roma a la Cristiandad no hay distancia. Roma fue durante todo el medievo la meta de infinitas peregrinaciones centro-europeas, y no digo españolas, pues aquí nuestros abuelos tenían bastante con Santiago de Galicia y con las algaradas morunas. Aquellos romeros medievales, al llegar a la puerta Flaminia, topaban con la basílica de San Valentín y se hacían contar su vida y sus milagros -la devolución de la vista a la ahijada de Aster-, y, sobre todo, la fiesta del amor honesto que allí se celebraba cada primavera.
Y el Santo comenzó a volar por Europa. El éxito debió ser colosal en Alemania e Inglaterra, Recuerdo haber leído en "Hamlet":
"Si tú eres mi Valentina
yo seré tu Valentín..:"
En el siglo XVII aún se celebraba en Inglaterra la elección de novias por los muchachos. Cada "Valentín" señalaba su "Valentina"... Los pastores protestantes tronaban contra esta costumbre que llamaban "papista y pagana". Seguramente no eran esos los caminos justos de ia sensatez. Aquí interviene San Francisco de Sales, que puede gloriarse de otro patronazgo honroso: el de los periodistas. San Francisco, sitúa las cosas en un punto cálido y prudencial. Como tenía un corazón sensible y abierto a toda belleza, no condena a los "Valentines", pero recomienda imitar al Santo.
Esta es la fórmula maravillosa, la autentica lámpara de Aladino. Bien hacen los enamorados en cruzarse obsequios. Así favorecen al comercio que, tras la cuesta de Enero, necesita reanimarse. Pero cuánto mejor harán, si suspenden por un instante su mutua contemplación y sobre un cielo de ilusiones, flores y estrellas, asientan la fortaleza (algo rara en los novios), la generosidad (no tan rara) y el Amor (con mayúscula), que demostró San Valentín, mártir po Cristo cuando asomaba la primavera...
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