
Las lecturas y la urbanidad. Parte I.
La lectura puede ser una medicina eficacísima contras las dolencias del espíritu si en su elección se medita y se acierta.
Las lecturas.
Si resulta importante ante todo el organizar la inversión de la actividad con arreglo al medio ambiente en que se desarrolla la vida y con arreglo a las condiciones personales del individuo, no menos importante resulta el estudio de la forma en que debemos invertir nuestros ocios, para que, sin robar al espíritu el reposo que busca en ellos, sean útiles desde algún punto de vista.
Una mujer que no esté dedicada por completo a tareas cerebrales encontrará en la lectura, no solo los dos efectos anotados, sino todo cuanto le haga falta para orientar su inteligencia, para mitigar, avivar o sofocar sus pasiones, o para completar una educación que el pudor mal entendido, las falsas leyes sociales o la carencia de medios económicos dejaron incompleta.
Pero es preciso poner mucho tino en la elección de las lecturas que convienen a una mujer; hoy se publican muchos libros, todos apreciables por el hecho de ser tales libros, pero en muchos de ellos apenas se salva el buen deseo del autor del fracaso general en que yacen sobre sus páginas los sofismas, los errores y las falsas concepciones del hombre y el mundo. La crítica, que debiera dar hecha esta selección, es una coquetuela que apenas mira más allá del bello gesto, y su espíritu banal gusta más de consolar con sonrisas que de crear espíritus fuertes con observaciones y consejos.
La lectura puede ser una medicina eficacísima contras las dolencias del espíritu si en su elección se medita y se acierta, pero en cambio puede ser uno de esos venenos agradables, como la morfina y el opio, cuando se procede con ligereza o no están en relación las facultades comprensiva y asimilativa con las materias que se tratan en el libro al que se pide consuelo, recreo, guía o educación. Recuérdese a este propósito los efectos desdichados de las lecturas caballerescas sobre el cerebro enfermo de don Quijote, y si desde la altura de este hermoso símbolo descendemos a la realidad y nos tomamos la molestia de observar en la esfera de nuestras relaciones los efectos de las lecturas destinadas, encontraremos:
Viejos amanerados y pedantes que solo hablan con frases rígidas, de una sola pieza, usadas ya por una docena de generaciones, que las dejaron raídas y grasientas, desdichada vestidura para un pensamiento bello.
"Hay lecturas poco adecuadas que pueden afectar negativamente a las personas"
Señoras enamoradas de algunos vocablos más o menos raros, de las que en la conversación familiar llamamos redichas, que ensartan desatino sobre desatino, y excitan una risa que la discreción obliga a sofocar, con grave tortua del paciente.
No se va de mi memoria una de estas señoras redichas a quien le enseñaban un magnífico jardín, contiguo a un hotelito, cuya dueña le hacía los honores.
- ¿Le gusta?, preguntó ésta amablemente.
- Sí, contestó la sabia, pero aquí en el centro estaría muy bien una claraboya.
Ante un disparate de esta medida, ni la piedad ni las conveniencias sociales pueden imponer quietud a una carcajada francamente burlona, sanción penal justa para un delito que no merece tolerancia; pero si aquí es bastante sanción la carcajada, en cambio ya merece un palmetazo a lo dómine la pedantería de un caballero de los incluídos en el primer grupo de seres averiados por las lecturas. Contábale una señora que se le había roto un bibelot en el mismo día en que lo había comprado. El caballero ahuecó el pecho de la camisa, estiróse los puños, enderezó las guías de su bigote, pasose la mano por la frente, tosió y dijo con la misma entonación que se puede suponer al que da cuenta de haber descubierto el radium:
- Para ser objeto decorativo, o sea de mero ornato, su existencia fue efímera y su muerte asaz prematura.
- Las lecturas y la urbanidad. Parte I.
- Las lecturas y la urbanidad. Parte II.
- Las lecturas y la urbanidad. Parte III.
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