Las diferentes especies de reuniones. III.
Cuando se trata de dar una comida, es preciso que todo esté dispuesto para el momento en que lleguen los convidados.
Cuando se trata de dar una comida, es preciso que todo esté dispuesto para el momento en que lleguen los convidados, y que la señora pueda estar en la sala para recibirlos, sin mostrar que se halla ocupada con los preparativos, porque nada hay más feo que verla dar disposiciones a última hora, y que los criados aturdidos corran de un lado a otro, afanándose por completar los preparativos.
No basta tenerlo todo previsto; es preciso manifestar una perfecta tranquilidad, porque de lo contrario, además de dar una prueba de que estamos poco acostumbrados a semejantes actos y de que tenemos muy poca disposición, ocasionamos a los convidados el disgusto de ver que el obsequio que reciben cuesta demasiados afanes y fatigas.
Por modesta que sea una comida dada a personas extrañas, a lo menos ha de constar de dos servicios: el primero compuesto de la sopa, los platos fuertes, las ensaladas, etc., y el segundo de los postres.
Las viandas de que ha de constar cada servicio se ponen de una vez en la mesa, colocándolas con la posible simetría.
En las reuniones pequeñas la señora de la casa sirve la sopa, y el señor trincha y sirve los demás platos.
Sin embargo, ahora se ha hecho general que los criados den vuelta a la mesa, llevando grandes fuentes llenas de viandas ya trinchadas, y cada convidado toma lo que le parece.
La señora de la casa ocupará el centro de la mesa, del lado que de el frente a la entrada principal del comedor, situándose a su derecha el caballero más caracterizado, y a su izquierda el que le siga en categoría.
El centro del lado opuesto ha de ser ocupado por el dueño de la casa, situándose a su derecha la señora más distinguida, y a su izquierda la que la siga en respetabilidad. Advirtiéndose que las demás señoras y caballeros han de estar interpolados, para que reine mayor animación.
Cuando la comida tenga por objeto obsequiar a una persona determinada, ésta será precisamente la que ocupe el lado derecho de la señora, y si fuese un extranjero el obsequiado, será una atención muy delicada el presentar en la mesa algún plato de su país.
En las comidas en que no concurran señoras, el dueño de la casa ocupará el sitio principal.
Todas las instrucciones que la señora crea deber dar a los criados, se las comunicará antes de ponerse a la mesa, pues después no la es lícito dar disposición ninguna.
Al pasar al comedor, nadie debe sentarse como no lo haga antes la señora de la casa.
Luego la primera operación será extender la servilleta sobre sus rodillas, teniendo presente que no puede servir para otro uso más que para el de limpiarse la boca.
Los caballeros servirán en cuanto sea posible a la señora que esté a su lado.
En el primer servicio, todos se servirán de los vinos que estén en la mesa; pero en los postres, son los criados los que sirven los licores.
Si no es de mucha etiqueta la comida, puede el señor de la casa hacer alguna excitación a los convidados para tomar segunda vez de algún manjar; pero si éstos se excusan desistirá del empeño, porque es una costumbre muy fastidiosa y muy perjudicial la de aquellos que, creyendo hacer un obsequio, atormentan a los infelices convidados haciéndoles comer lo que de ningún modo apetecen.
Cuando la señora de la casa nos sirva alguna oosa por hacernos un obsequio sin haber consultado antes nuestro gusto, lo aceptaremos cortésmente, y nos esforzaremos en comer aunque no sean más que algunos bocados.
En las mesas de etiqueta no está bien elogiar los platos; pero en las de confianza, es hacer con esto un cumplido al ama de la casa.
Siempre nos dirigiremos a los criados para que nos sirvan todo lo que nos veamos en la necesidad de pedir; pero lo haremos en voz baja y con un tono amable, que excluya tanto la familiaridad como la arrogancia.
Tampoco los amos de casa deben hablarlos con tono imperativo, ni reñirlos con enojo si cometen alguna torpeza; y si volcasen alguna fuente, o rompiesen alguna pieza, no manifestarán alterarse en lo más mínimo ni perder su buen humor.
En la mesa es preciso que reinen la animación y la alegría, y por lo tanto desterraremos de ella las discusiones serias y la relación de cosas tristes o enfermedades.
Las personas de buena educación no se exceden nunca en la comida ni en la bebida; pero tampoco son remilgadas hasta el punto de probar apenas los manjares, pues esto es un desaire a los que han tenido la bondad de convidarlos.
Al terminarse un servicio, los últimos que abandonen su plato serán los dueños de la casa, para no exponer a los que hayan sido más tardos al desairado papel de comer solos.
Hasta ahora hemos hablado en general de los convites de amistad, y vamos a extendernos en algunos otros detalles.
La señora sirve en platos colocados en pila delante de ella, el cocido, que hace circular, empezando por los que tiene inmediatos a su derecha e izquierda, y siguiendo por las personas de más representación. El convidado le da en cambio del plato lleno, el vacío que tiene delante de sí. Después, mientras uno de los dos cabeceras de la mesa trincha, el otro hace circular los platos de intermedios y fiambres, con su respectivo cubierto, y los bocadillos.
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