
La Cortesía, como valor
La cortesía es el aceite que suaviza los frotamientos inevitables de la máquina social
foto base quinntheislander - Pixabay
La Cortesía: símbolo de una necesidad futura
Aquella urbanidad
Las construcciones primitivas encierran una enorme cantidad de materia inútil. Y las máquinas antiguas nos sorprenden por el derroche de trabajo malgastado. Son torpes y ruidosas. El progreso, más que en aumentar la energía total, reside en distribuirla mejor.
Sometidos a idéntica ley, los organismos vivos, al perfeccionarse, se vuelven más delicados, más nerviosos, más hábiles. El hombre verdaderamente fuerte tiene también la maña, que es la sabiduría del músculo, y los pueblos, como los hombres, evolucionan aprendiendo a economizar sus recursos naturales. Poco a poco, a medida que los fines se destacan, se decreta inmoral lo que no sirve, lo que disminuye el empuje total de la raza. Cuando se sabe a dónde se va, se ve y se odia lo que estorba en el camino. Así el esfuerzo de la colectividad, orientado hacia el mismo punto, animado de la misma intención secreta, se sistematiza con la precisión y la armonía de una obra de arte.
La cortesía es el aceite que suaviza los frotamientos inevitables de la máquina social. Traduce energía utilizada. He aquí por qué aparece acompañando a la cultura de las naciones. Llega un momento en que se procura evitar los irritantes y estériles conflictos de la menuda existencia diaria. La exageración se revela lo que es: una debilidad. Entonces se deja definitivamente a los incurables bárbaros dar gritos, asestar puñetazos sobre las mesas y agitarse sin término y sin causa.
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La cortesía, nacida de una necesidad presente, se ha ido convirtiendo, como tantas otras costumbres hermanas, en el símbolo de una necesidad futura, y la que representaba ayer medios de ahorrar un impulso fisiológico representado y sentimientos de solidaridad y de amor todavía irrealizables. Al cumplir las reglas mundanas afirmamos constantemente un ideal imposible. Las pasiones, bajo la elegancia y la serenidad de los modales, son más hondas y más despiadadas. Bajo la ornamentación de una cortesía uniforme, la irreductible ferocidad de la especie se hace más trágicamente bella.
Jamás parece tan admirable el valor como cuando está sometido a códigos caballerescos, porque sólo así surge esencialmente humano. Tal elemento estético resplandece en la famosa frase: ¡Messieurs les anglais, tirez les premiers!, y en los duelos cortesanos del gran siglo. Sacada de la vaina suntuosa por una mano enguantada de terciopelo, brilla la espada más poéticamente, al hendir el aire limpio de los jardines de Versalles.
Si delante del enemigo la cortesía es heroica, delante de la mujer es deliciosa, y sublime delante de la muerte. Al caer Metz en las garras de Moltke se encontraron los heridos de Canrobert y de Leboeuf casi sin cloroformo. Los alemanes no quisieron darlo. Cuenta un cirujano francés que los oficiales moribundos rehusaban su parte de anestésico, para ofrecerla a compañeros de armas que hubieran de soportar operaciones más dolorosas. A ese grado la cortesía transfigura la carne y reina sobre la fatalidad.
Vive y vivirá un libro sagrado, el Quijote, que es la epopeya de la cortesía. Las aventuras imaginadas por el mendigo español nos enseñan a no concebir empresa noble que no sea cortés, ni grosería que no sea insignificante. El tipo del ingenioso hidalgo, inaccesible al golpe de maza del destino y a la puñalada de la risa, no encarna el pasado grotesco de la caballería andante, sino el porvenir luminoso que cambiará las palabras embusteras de la cortesía actual en hechos fecundos.
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Es totalmente contrario a la cortesía pedir de beber el primero, a menos que sea uno el más importante de los comensales.
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El hombre, antes que todo, debe ser bueno, y cumplir, por lo tanto, todos sus deberes
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Al entrar en la sala de baile, no se debe abandonar a las señoras para pasar a la pieza de juego.
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La atención y el respeto en el café, al entrar y al salir.
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El niño mirará siempre con horror tod acción o palabra, que de a entender desobediencia, desprecio, burla o poca atención a sus padres.
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La cortesía exige tener y mantener siempre las manos limpias, y es vergonzoso mostrarse con las manos negras y mugrientas.
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Es preciso abrir los dientes para leer o hablar, articulando cada palabra claramente.
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En la mesa no tomaremos en las manos, ni tocaremos otra comida que el pan destinado para nosotros.
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El gabinete de una mujer es un nido muelle y perfumado, en donde descansa de sus cuidados domésticos y mundanos.
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El niño es sumamente sensible y tan activo que representa el movimiento continuo.
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La crítica amarga, acre y mordaz, degenera por lo común en personalidades, y saca enteramente de la esfera a que debe limitarse un hombre de buena sociedad.
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La escritura es el maravilloso arte que da color y cuerpo a los pensamientos.