
El arte de agradar. La franqueza y confianza
En confianza hay quien fiscaliza nuestros actos, quien curiosea nuestros muebles, quien lee por encima del hombro las cartas que escribimos...
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Saber manejar la confianza y la franqueza
Aquella urbanidad
Franqueza, confianza... Nombres hermosos que, en la mayor parte de los casos, sirven para encubrir indiscreciones censurables, imprudencias enormes y aun groserías sin disculpa posible.
Siempre que oímos a una persona invocar la franqueza, que es "su característica", o la confianza a que cree tener derecho, tememos fundadamente -y por desgracia el temor se confirma- ver surgir tras del pomposo exordio una o varias manifestaciones difícilmente tolerables entre personas educadas y cultas.
¿Con qué derecho se permite una señora entrar en casa que no es la propia, dando órdenes a los sirvientes, disponiendo a su antojo, penetrando en habitaciones interiores sin ser invitada a ello, interrumpiendo nuestro descanso, entorpeciendo nuestras labores y tomando un asiento a nuestra mesa o un lugar en la localidad que ocupamos en el teatro?...
Oíd a esa señora, y de seguro os dirá que la confianza de que disfruta en la casa le da derecho a cuanto hace y aun a más que se le antoje hacer. Si le preguntáis quién le dio tal confianza, es seguro que se verá apurada para contestar satisfactoriamente.
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¿A qué responde tan abusiva conducta? A entremetimiento propio y a excesiva tolerancia ajena.
En confianza hay quien fiscaliza nuestros actos, quien curiosea nuestros muebles, quien lee por encima del hombro las cartas que escribimos, quien pregunta los platos de que se compone nuestra comida y el costo de cada plato, quien se lleva nuestros libros dando por supuesto que los hemos comprado exclusivamente para prestárselos, quien reprende a nuestros hijos y quien se arroga atribuciones que en ningún caso le competen, interviniendo en nuestros negocios y aun en actos muy privados de nuestra existencia.
Y si a esa señora, modelo acabado de la indiscreción, se le dijera que su proceder era un verdadero abuso de confianza, a buen seguro que se sorprendería no poco.
Porque lo peregrino del caso es que creyó ciegamente que con sus actos nos prestaba un señalado servicio y nos daba patente prueba de amistad.
Tipo muy parecido al anterior es el de la que cifra su orgullo en ser franca, sin percatarse de que su cacareada franqueza no nos proporciona más que molestias. Es cosa probada que el noventa y cinco por ciento de las personas que alardean de francas son las que nos obligan a oir los relatos más desagradables.
Sin darse cuenta de la imprudencia, hay amiga que nos echa en cara, con la mayor naturalidad, nuestros defectos, reales o fantásticos.
En nombre de la franqueza nos censura por despilfarradas o por económicas, por aficionadas a las fiestas o por afectas a la vida del hogar, por la rigidez de nuestros principios o por la blandura de nuestro carácter.
Esa franqueza, que es sencillamente grosería, mueve a más de una persona a llevarnos noticias de adversidades y pormenores de acontecimientos que hubiéramos preferido ignorar.
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Pequeñeces de familia, travesuras de niños, impremeditaciones juveniles y detalles que por inadvertidos hubieran pasado sin causarnos disgusto, hemos de sufrirlos y hemos de criticarlos por obra y gracia de la mal entendida franqueza de una amiga.
Un ilustre pensador ha dicho que "para vencer en la vida, el tacto es más necesario que el talento".
Así es, en efecto. El tacto y la cortesía son las mejores armas para vencer en sociedad y en todas partes. No faltará quien pregunte cómo deben ser entendidas la franqueza y la confianza.
La respuesta es muy fácil. Pensando, sintiendo, queriendo y procediendo de un modo contrario a como discurren y obran esas personas que nos enojan con sus indiscreciones y nos lastiman con sus imprudencias.
Conste que esta regla general no es la sanción de la reserva, de la misantropía ni del retraimiento.
No, mil veces no. Cuando acudan a nosotros confiadamente, cuando nuestra amistad pueda prestar un beneficio al prójimo, contestemos al llamamiento y favorezcamos sin vacilar a quien esté menesteroso de favor.
"Para vencer en la vida, el tacto es más necesario que el talento"
Cuando de nuestro silencio pueda resultar daño para una persona, entonces está indicada la franqueza.
De almas buenas es ocultar ajenas faltas y nunca permitirse censuras.
Pero también de almas nobles y buenas es señalar discretamente la falta que puede ser corregida, y apuntar en privado censuras, antes de que éstas sean formuladas de un modo público.
La delicadeza, la finura exigen que en las relaciones con nuestros semejantes nos inspiremos siempre en la corrección más exquisita.
Pero esa corrección no ha de exagerarse hasta el punto de que, como decía con frase feliz una señora, estemos siempre con los guantes puestos, y, por tanto, desprovistas de tacto.
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