
El hombre de mundo con sus domésticos.
Hay quien tiene costumbre de tutear a sus criados, y no aprobamos semejante costumbre.
El hombre de mundo con sus domésticos.
Un hombre honrado que sabe el valor del nombre de hombre, se porta con sus criados con aquella dulzura y dignidad que concilian el afecto y el respeto. No estamos ya en aquel tiempo que nos describen las comedias antiguas, en que los criados y lacayos manejaban a los acreedores de sus amos, les hacían perder a éstos su dinero, y dirigían sus intrigas. Ya nuestros jóvenes tratan por sí mismos con el "señor recurso", y si tienen intermediarios, no son de librea.
Tampoco ya los criados sirven para los negocios de amor, porque un hombre que se respeta a sí mismo, y respeta a la que ama, no los toma ya por confidentes ni por terceros; no seduce ya a las camareras; y aquellas costumbres, no muy contenidas, pasaron para que les sucediesen otras más decentes.
Hay quien tiene costumbre de tutear a sus criados, y no aprobamos semejante costumbre, que solo puede pasar con los muy jóvenes.
Nada deben saber vuestros criados de vuestros asuntos, sin que por eso afectéis para con ellos un aire misterioso y reservado que les excite a conjeturas sobre vuestra conducta, y a que forjen a veces los cuentos más ridículos con que se sacia la curiosidad de las antesalas, y del cuarto del portero. Es casi imposible el evitar el ser objeto de lo que vulgarmente se llama hablillas. Sed superiores a todos esto, y si vuestro modo de proceder es franco, igual y honrado, nada podrá decirse que os perjudique, siendo, como lo es por otra parte, un mal inevitable.
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