Del modo de conducirnos dentro de la casa. Del modo de conducirnos cuando estamos hospedados en casa ajena
Evitemos, en cuanto nos sea posible, el hospedarnos en las casas de nuestros amigos, especialmente de aquellos a quienes hayamos de ser molestos o gravosos. Ya sabe el dicho popular: "las visitas como el pescado al tercer día huelen"
Consejos para atender a los huéspedes o invitados que tenemos alojados en casa
Cómo tratar de forma correcta a nuestros invitados y huéspedes, según el manual de Carreño
Hay un dicho popular referente a las visitas que dice: "El huésped y el pez, a los tres días, hiede". Hace referencia a que la permanencia prolongada de un huésped puede causar fastidio y trastornar el ritmo de una casa. Abusar de la hospitalidad de amigos o familiares no es de personas bien educadas.
Cuando nos alojamos en casa ajena, hay que ser respetuosos y considerados con las normas de la casa. No podemos olvidar que no estamos en nuestra casa. Tampoco es apropiado presentarse en una casa ajena sin avisar. Veamos algunos consejos más que nos ofrece el manual de Carreño.
1. Evitemos, en cuanto nos sea posible, el hospedarnos en las casas de nuestros amigos, especialmente de aquellos a quienes hayamos de ser molestos o gravosos, ya por la escasez de su fortuna, que los tendrá quizá reducidos a necesidades interiores, de que siempre es mortificante que se impongan los extraños; ya porque esta misma escasez no les permita obsequiarnos debidamente sin hacer algún sacrificio; ya en fin, porque no teniendo aposentos desocupados, hayan de desacomodarse ellos mismos para darnos alojamiento.
2. Es tan solo propio de personas vulgares e inconsiderables, el ir a permanecer de asiento en las casas de campo a donde se trasladan sus amigos para mudar de temperamento y reponer su salud. El que toma una de estas casas con tal objeto lo hace generalmente después de haber pasado por todos los quebrantos y sacrificios que trae consigo una enfermedad; y aun cuando así no sea, sus gastos han de aumentarse necesariamente, y siempre le serán gravosos los que se ve a obligado a hacer para obsequiar a sus huéspedes. Y téngase presente que estas consideraciones deben obrar en nuestro ánimo para retraernos, no solo de ir a habitar en las casas de nuestros amigos convalecientes, sino de hacerles visitas a horas en que los pongamos en el caso de sentarnos a su mesa.
3. También pueden nuestros amigos trasladarse temporalmente a una casa de campo, no ya para tomar aires, sino con el objeto de descansar de sus fatigas y solazarse; y aunque es natural que cuenten entonces con recibir frecuentes visitas y que presupongan los gastos necesarios para obsequiarlas, en todo lo que sea ponerlos en el caso de prepararnos habitación y sentarnos a su mesa, la delicadeza nos prohíbe hacer otra cosa que ceder prudente y racionalmente a sus insistencias.
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4. Supuesta la necesidad imprescindible de hospedarnos en la casa de un amigo, procuraremos permanecer en ella el menos tiempo que nos sea posible, sobre todo si ello ha de obligarle a aumentar considerablemente sus gastos, o si se ha visto en la necesidad de privarse del uso de algunas habitaciones que haya desocupado únicamente para recibirnos.
5. Las personas de buena educación, aunque sea en establecimientos públicos que se encuentren hospedadas, siempre procuran no hacerse molestas, ni llevar sus exigencias más allá de lo justo y necesario, tratando con afabilidad a los mismos a quienes pagan su dinero. Por consiguiente, cuando es la amistad la que las recibe en su seno, sus atenciones son mucho más exquisitas; y en su manera de conducirse tan solo inspiran el deseo de corresponder dignamente al obsequio que reciben, y de dejar agradables recuerdos en todo círculo de la familia de que, puede decirse, han formado parte.
6. Ya se deja ver que en la casa en que estamos hospedados habremos de conducirnos conforme a las reglas establecidas en los artículos precedentes; pero tengamos entendido que en ella debemos usar siempre de menos libertad que en nuestra propia casa, por grande que sea la amistad que nos una a las personas que nos rodean.
7. Esto no quiere decir que hayamos de mostrarnos esquivos a la cordialidad y confianza con que se nos favorezca, pues de esta manera corresponderíamos indignamente a la amistad y a la generosa fusión de la hospitalidad; sino que debemos establecer siempre una diferencia por pequeña que sea, entre la libertad que nos brinda el propio hogar, y la casa en que vivimos accidentalmente, donde los principios ya establecidos de la etiqueta no nos conceden igual grado de confianza que entre nuestra familia.
8. Cuando los dueños de la casa hayan descuidado el proveernos de algunos muebles que necesitemos en nuestra habitación, evitemos el pedirles los que no nos sean del todo imprescindibles; prefiriendo siempre comprar aquellos que por su pequeño volumen no han de llamar la atención, y pueda entenderse en todo caso que hemos llevado en nuestro equipaje.
9. Procuremos hacer por nosotros mismos, todo aquello que no haga absolutamente indispensable la intervención de las personas de la casa.
10. Tributemos un respeto sin límites a los usos y costumbres de la casa en que estamos, y procuremos descubrir discreta y sagazmente todas aquellas privaciones a que las personas de la familia se sujeten en su tenor de vida, con el objeto de obsequiarnos y complacemos, a fin de arreglar nuestra conducta de manera que se hagan innecesarias.
11. Jamás penetremos en las piezas interiores de la casa, y mucho menos en aquellas que sirvan de dormitorios.
12. Tratemos con dulzura a los criados de la casa, y manifestémosles siempre nuestro agradecimiento por los servicios que nos prestan. Al despedirnos de la casa es muy propio y decente que les hagamos algún presente, sin excluir a aquellos a quienes no haya tocado el servirnos.
13. Luego que hayamos regresado al lugar de nuestra residencia, aprovecharemos la primera oportunidad para escribir a los amigos que nos hospedaron en una corta y afectuosa carta muy llena de expresiones y agradecimiento.
14. Si después de haber regresado a nuestra casa queremos hacer algún presente a las personas que nos hospedaron, no lo hagamos, sino pasado algún tiempo, a fin de despojarlo del carácter remuneratorio que pudiera atribuírsele, el cual lo convertiría desde luego en una demostración indelicada; y no elijamos nunca para esto, un objeto demasiado costoso, ni de un valor que se aproxime siquiera a la cantidad en que pueden estimarse los gastos hechos por nuestra causa.
15. Asentadas las recomendaciones anteriores, queda todavía mucho que agregar acerca de las costumbres tan generalizadas en la actualidad, de dar fiestas y hacer y aceptar invitaciones para pasar las vacaciones semanarias en casa de los amigos. Este hábito se ha extendido tanto, que consideraríamos incompleto nuestro trabajo, no insertando lo que aconsejan al respecto las autoridades modernas en asuntos de etiqueta ya indefectiblemente.
16. Cuando no se puedan proporcionar a los invitados toda clase de comodidades, es mejor resistirnos a la tentación de fungir como anfitriones de día y de noche, especialmente si en la casa faltan personas responsables que se encarguen de mantener la disciplina y el orden.
Es muy agradable invitar a los amigos a que nos visiten, que salgan con nosotros a pasear a caballo, a remar, a cazar y a pescar, pero no es justo arrebatarlos de las comodidades de su propio hogar, para tenerlos amontonados, para no proporcionarles los alimentos a las horas oportunas, y lo que es peor aún, para no darles la oportunidad de asearse y arreglarse a cualquier hora. No queremos insinuar la necesidad de contar con un castillo para alojar a nuestros invitados, pero cuando menos hay que darle a cada cual su alcoba, y poner a su disposición los suficientes cuartos de baño, para que no tengan que "hacer cola", especialmente por las mañanas.
17. Las invitaciones para pasar una temporada en casa ajena, deben ser precisas en lo que respecta a las fechas; determinado día, determinada hora de llegada y determinado número de días de estancia. No está permitido a nadie permanecer en una casa mayor tiempo del que fue invitado, a menos que razones especiales induzcan al anfitrión y la anfitriona, o cualesquiera de ambos, en sus casos, a solicitar del invitado que prolongue su permanencia en casa ajena.
18. Resulta de muy exquisito tacto por parte del anfitrión o anfitriona, proporcionar al huésped que va por primera vez al lugar escogido, ciertas ideas acerca de la clase de vida que llevará durante los próximos días, en la invitación insinuándole, por ejemplo, que se pescará, que habrá natación, etc. para que el invitado conozca de antemano las ropas que debe llevar, y si le conviene asistir o no, para no ir a servir de estorbo a los demás. Viene al caso recordar el viejo adagio "Los pájaros de un mismo plumaje, vuelan juntos".
19. Es una marcada descortesía hacer invitaciones para que nos visiten en nuestras casas. Y no estar presentes a la hora para recibir a los invitados. Este recibimiento debe hacerlo en persona el dueño o dueña de la casa, y en casos de emergencia, un amigo de los anfitriones enteramente familiarizado con los usos, costumbres y proyectos de la casa.
20. En cuanto llegan los huéspedes, se les conduce a sus respectivas habitaciones para que descansen y se aseen antes de saludar a los otros invitados, en cuya compañía han de pasar las vacaciones. Lo más conveniente es hacer las presentaciones y cambiar los saludos entre viejos conocidos, a la hora del té, o hasta la hora de la cena. De todos modos, la anfitriona considerada tendrá buen cuidado de que sus invitados hayan tenido suficiente tiempo para descansar, antes de llamarlos a la mesa para la cena.
21. En la primera velada, todos los invitados deben ser presentados entre ellos mismos, y la anfitriona inteligente se revela cuando tiene la precaución de reunir a sus visitas por grupos que tengan ciertos gustos y afinidades, aprovechando el momento de sentarse a la mesa para discutir las actividades del día siguiente, las cuales la anfitriona que merece tal nombre no tratará jamás de imponer a sus invitados, pues hay muchas personas que van al campo, como queda asentado al principio de este artículo.
22. Lo principal que debe procurarse en los cuartos de invitados, son las comodidades y no el lujo ni el derroche. La cama debe colocarse en tal forma que no les pegue a luz del día en la cara a los invitados, y cobertores adicionales a los pies de la cama, para que los utilice el interesado en caso necesario. El buró debe estar provisto de veladora, y en un lugar conveniente colocado el escritorio, con sus correspondientes útiles, papeles, sobres, etc.
23. Aunque por lo general todos los invitados llevan consigo sus artículos de uso personal, no está por demás ponerles al alcance de su mano los cepillos para la ropa y el calzado, los pasadores para el cabello, los peines, las agujas y los hilos, las limas para las uñas, la pasta para los dientes, los alfileres, las sales para el baño, los jabones, el talco, etc., y si es posible hasta máquinas de rasurar para los hombres, pues muy bien puede darse el caso de que, por olvidos involuntarios, los invitados no hayan llevado todo lo necesario para su atención personal.
24. El huésped que desea un cobertor aparte, o que necesita algo que no se le haya proporcionado, debe pedirle sin rubor alguno a su anfitrión, pero bajo ningún concepto debe solicitar que se le cambie la alcoba que se le haya asignado, salvo en los casos en que medie enfermedad, o cuando exista una humedad excesiva. La anfitriona se apresurará a hacer los cambios, siempre y cuando no salga perjudicado otro de los huéspedes. Pero, en todo caso, procurará poner remedio en el mismo aposento asignado al quejoso.
25. La anfitriona debe tener buen cuidado de indicar de forma clara y discreta, al mismo tiempo, a sus huéspedes, si la costumbre de la casa es que todos sus habitantes se levanten con la luz del día, y desayunen en familia, o si se les han de llevar los alimentos a sus cuartos, aunque esta antihigiénica costumbre, como dijimos antes, no es de recomendarse. Pero, toca también a los huéspedes indagar discretamente cuales son los usos y costumbres de la casa que los acoge temporalmente bajo su techo.
26. Sin embargo, es bueno que los invitados recuerden que los hogares, por bien provistos que estén de criados, no son hoteles donde se puede pedir lo que se quiere, a la hora que se quiere, y que todo lo que pida de los criados y esté en contra de los usos y reglas establecidos por la casa, denota falta de educación y consideración para quienes nos honran con sus invitaciones.
27. El anfitrión o la anfitriona, no necesitan estar constantemente al lado de sus invitados, sino que les deben proporcionar entretenimientos gratos y dejarlos solos para que se sientan a sus anchas. Esto no quiere decir que los dejen enteramente a solas durante todo el día, pues el ama de casa o su marido deben acercarse con frecuencia a sus invitados para atenderlos en todo lo que se les pueda ofrecer. El anfitrión que no sepa como conducirse con sus huéspedes, mejor haría en no tener invitados en su casa.
28. Es costumbre dar propinas a los criados de la casa en donde hemos vivido algunos días, a menos que los anfitriones nos pidan expresamente que nos eximamos de hacerlo así. Las propinas estarán de acuerdo con el tiempo de la estancia y los servicios que nos hayan prestado los criados. De cualquier modo, quienes tienen la fama de ricos, deben dar más jugosas propinas que los conocidos como pobres, o de discretos medios de vida.
29. En la fracción catorce de este artículo hacemos algunas indicaciones con respecto a los regalos que deben hacerse a las personas que nos hospedaron, como muestras de agradecimiento, pero no está por demás añadir, que hay personas que, cuando las invitan a pasar vacaciones en ajeno hogar, acostumbran a llevar regalos para la anfitriona. Semejante línea de conducta está permitida, siempre y cuando el regalo sea muy sencillo, como por ejemplo un libro o una caja de chocolates. Pero aun en este caso, el regalo no debe ser tan ostentoso ni costoso, que aparezca como el pago por nuestra estancia.
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