Protocolo, la estética del Estado
Los expertos señalan que no se debe confundir el protocolo con la urbanidad y recuerdan que existe una gran diferencia entre una reunión de jefes de Estado y el hecho de hablar con propiedad
El poder y la televisión potencian el arte de situar a cada uno en el lugar que le corresponde
Durante 17 días se discutió cómo se firmaría la retirada de Vietnam.
En 1978 los líderes iban en coche prestado; hoy todos llevan chófer oficial.
"Pasa por aquí, guapa", dijo la azafata dirigiéndose a la pequeña. Su madre, doña Sofía, la corrigió con sequedad. "Guapa, no. Alteza". La anécdota, recogida en el libro "Preciosos ridículos de Ramon Miravitllas" (Ed. Robinbook), ilustra uno de los muchos deslices que suele provocar la rigidez del protocolo, una disciplina que para unos es una necesidad imperiosa y para otros un catálogo de normas engorrosas. No obstante, incluso los alérgicos a las formalidades que conllevan los actos solemnes reconocen que, en determinadas ocasiones, se necesita seguir una serie de normas.
Los expertos señalan que no se debe confundir el protocolo con la urbanidad y recuerdan que existe una gran diferencia entre una reunión de jefes de Estado y el hecho de hablar con propiedad o levantarse en el autobús para ceder el puesto a una persona mayor. "Saber comer en la mesa es urbanidad mientras que el protocolo es la jerarquización de las costumbres, de los Estados y de todos sus símbolos. A mis alumnos siempre les digo que el protocolo es la norma, el ceremonial es la forma", afirma Felio A. Vilarrubias, verdadero experto en la materia, al que avalan 63 años de dilatada experiencia.
Autor de libros como "Tratado de Protocolo de Estado e Internacional" - con prólogo de Sabino Fernández Campo- Vilarrubias utiliza una definición clásica para explicar el arte al que ha dedicado toda su vida: "El protocolo es dar a cada persona y a cada cosa el lugar que en justicia le corresponde".
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El citado orden se circunscribe exclusivamente a los actos oficiales y éste no puede entenderse sin la presencia del Estado, pues en el fondo es la representación formal del mismo. Pero tampoco tendría sentido si no fuera por las personas y sus defectos. " Sin vanidad humana, no existiría el protocolo ", admite Vilarrubias.
La historia está repleta de ejemplos que muestran el papel que ha jugado el protocolo en momentos clave, cuando ha tenido que lidiar con situaciones y vanidades excepcionales. En su libro Diplomacia, Henry Kissinger- secretario de Estado con Richard Nixonque acordó con Le Duc Tho la retirada de EE. UU. de Vietnam en 1973, lo que les valió a ambos el premio Nobel de la Paz- relata cómo tardaron ¡17 días! en firmar la anhelada paz. ¿La causa? No había modo humano de sentarse alrededor de una mesa sin que unos se sintieran vencidos y otros vencedores.
Finalmente, las hábiles gestiones de un diplomático de protocolo dieron con la solución. Se vació de símbolos la habitación de un hotel, se pintaron las paredes de un único color y se dispusieron las sillas de manera que cuando las cuatro delegaciones entraran por cuatro puertas diferentes se encontraran cara a cara, en una mesa redonda, sin que nadie se sintiera inferior a nadie.
Años después, en 1991, Madrid fue la ciudad anfitriona de la Mesa de la Paz para Oriente Medio. Por aquel entonces los profesionales del protocolo se habían aprendido la lección. Los responsables de aquel importante encuentro político tuvieron sumo cuidado en no colocar bandera alguna en la sala de conferencias. De esta manera se evitaba el riesgo de retirada de las representaciones diplomáticas. Si se colocaba la bandera palestina entre el resto de banderas existía el peligro de que los israelíes montaran en cólera. El enfado de los palestinos, si su bandera no hubiera ondeado con el resto de insignias, también podía haber sido monumental.
El hecho de hablar de política internacional al referirse al protocolo no es gratuito, pues el auge actual que vive esta histórica disciplina se debe, en gran parte, a la mundialización de la política en las últimas décadas. El protocolo aparece cada vez más como una necesidad sociopolítica ante la presencia de estructuras internacionales. Una de las consecuencias de esta globalización for-mal ha sido la uniformidad de muchas de sus normativas, siendo Occidente el referente a seguir para el resto de culturas, con la única salvedad de los países musulmanes, quienes "comen aparte".
Por su parte la importancia de los medios de comunicación, especialmente la televisión, ha hecho el resto. Cualquier fallo, cualquier pequeño detalle insignificante que se salte el guión establecido, puede ser detectado por las cámaras y visto y criticado por millones de personas. "Antes, los actos tenían lugar en un espacio reducido y ante poca gente, pero la presencia de los medios de comunicación ha revolucionado todo eso", dice Vilarrubias.
Junto a la internacionalización de la política y la presencia de la televisión cabe destacar la proliferación de actividades públicas en todo tipo de ámbitos. La presencia de actores políticos en todos los ámbitos y niveles -local, regional y nacional-ha comportado una proliferación y consolidación del protocolo y del ceremonial como algo indispensable.
Los expertos no tienen ninguna duda. Nunca antes el protocolo había vivido un momento tan importante. "Los políticos son muy exigentes porque han descubierto la importancia de la forma. Todo está estudiado, los movimientos, las posturas. La gente quiere saber quién es quién y ver a su líder", apunta Vilarrubias. "Socialmente todos somos iguales - prosigue- pero políticamente no es así, porque existen las instituciones. Por tanto, debemos buscar una jerarquización".
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Sin embargo siempre hay representantes del Estado que prefieren saltarse el protocolo, rebelarse ante la norma. ¿Realmente es tan importante que un político como el conseller primer, Josep Bargalló, renuncie a utilizar una prenda decorativa como la corbata?
"Es un desafío al poder y al Estado al que representa", dice Vilarrubias.
Sin embargo, Bargalló no es el primer cargo público que prescinde de esta prenda. Durante la transición hubo un precedente en la figura de Antoni Gutiérrez Díaz, el Guti, quien siendo conseller en el gobierno de Tarradellas se negó a llevar corbata.
De sobras es conocida la importancia que daba Tarradellas a la liturgia del poder y a las formas. Aún así, aceptó a regañadientes que Gutiérrez Díaz no utilizara corbata. Como ambos políticos cumplían años el mismo día, el 19 de enero -aunque con veinte años de diferencia-en varias ocasiones el conseller le regaló a Tarradellas una corbata mientras que éste le obsequiaba con un jersey de cuello alto. A pesar de su aversión a las corbatas - la última que se puso fue en 1962- Gutiérrez Díaz admite que "el cargo implica una liturgia y debe respetarse; no es sobrera siempre y cuando no sea ni impuesta, ni excesiva, ni costosa".
Este veterano político recuerda también una anécdota que muestra las diferencias abismales que el arte de las formas ha vivido en pocos años. En una ocasión, durante las negociaciones del Estatut de Sau de 1978 con la UCD, una delegación de políticos (Jordi Pujol, Joan Raventós y Gregorio López Raimundo) tenían una entrevista con Adolfo Suárezen La Moncloa. "Un amigo del PSOE les prestó su coche particular, pero como no conocían la capital se perdieron y acabaron dentro de un párking". Gutiérrez Díaz reconoce que, en la actualidad, esta situación es impensable pues, para empezar, la presencia de coche oficial con un chófer en la puerta simplifica mucho las cosas.
De lo público a lo privado
La presencia de chófer, así como muchas otras formalidades a las que los políticos se han habituado con facilidad, ya no se limita a los cargos públicos. Si bien el protocolo se entiende como la representación de las formas del Estado y de sus instituciones, cada vez son más las empresas - sobre todo las mutinacionales - que se acogen a una serie de normativas que buscan la solemnidad.
"Las empresas también quiere ser poderosas en este campo. No debemos olvidar que nuestra época está marcada por el color, el sonido y la imagen", apunta Vilarrubias.
Así pues, los empresarios han decidido copiar parte de ese orden, de esa estética que enfatiza la jerarquía. Estas compañías se benefician de los expertos en protocolo que salen de las numerosas escuelas que imparten esta disciplina. La demanda de profesionales de este sector no para de crecer. Debe tenerse en cuenta que, además de las multinacionales, existen muchos representantes de los poderes públicos (comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, etc...) que sucumben a la vanidosa fiebre por el orden jerárquico.
Una fiebre que les aleja de sus votantes
De ahí que los críticos a este excesivo culto a las formas recuerden que son precisamente quienes se las saltan de vez en cuando quienes logran mayores cuotas de popularidad entre la gente. Los ciudadanos acostumbran a verles así como personas más cercanas, alejadas del boato y la rigidez que suelen adornar las ceremonias oficiales. La jovialidad del Rey o la espontaneidad de Jordi Pujol, por poner dos ejemplos, han sido algunas de las virtudes que han conseguido que estos personajes sean sentidos como próximos por la gente de la calle. Su facilidad a la hora de acercarse al público, de romper el protocolo si era necesario - aunque sin estridencias- les confería una presencia especial, más humana.
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La estricta rigidez de algunas ceremonias solemnes impone autoridad al acto en sí pero distancia a quienes las protagonizan del resto de la gente. Y fue precisamente en un acto solemne para despedir a uno de estos personajes queridos, el funeral de Lady Di, cuando el protocolo salvó una situación difícil, engorrosa. Las malas relaciones de Isabel IIcon Diana Spencer hacían temer lo peor a los profesionales de la jerarquía. Finalmente la Reina cedió a la presión de Tony Blairy cuando se encontraba ante el féretro bajó levemente la cabeza en señal de respeto. En aquel momento difícil para el país, se había solucionado una situación complicada gracias al complejo arte que vela por las formas y lidia con las vanidades.
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