
Urbanidad, recato y de la limpieza en los vestidos.
Para tener vestidos recatados es preciso que en ellos no haya apariencia alguna de lujo ni de vanidad.
Urbanidad, recato y de la limpieza en los vestidos.
El medio de poner límites a la moda en lo referente a los vestidos e impedir a quienes la siguen dejarse llevar a excesos, es someterla y forzarla al recato, que debe ser la norma de conducta del cristiano en todo lo referente al exterior. Para tener vestidos recatados es preciso que en ellos no haya apariencia alguna de lujo ni de vanidad.
También es señal de bajeza de espíritu apegarse a los vestidos, y escogerlos deslumbrantes y suntuosos. Quienes lo hacen se ganan el menosprecio de todas las personas sensatas. Pero lo más importante es que renuncian públicamente a los compromisos contraídos en el bautismo y al espíritu del cristianismo.
Por el contrario, quienes desprecian este tipo de vanidades, dan señales de tener buenos sentimientos y espíritu elevado. En efecto, demuestran que se aplican más a adornar su alma con virtudes que a complacer a su cuerpo, y manifiestan, por el recato de sus vestidos, la sabiduría y la sencillez del alma.
Como las mujeres son naturalmente menos capaces de grandes empresas que los hombres, también están más sujetas que los hombres a buscar la vanidad y el lujo en los vestidos. Por este motivo, San Pablo, después de tener cuidado en exhortar a los hombres a que eviten los vicios más groseros, en los que caen con más facilidad que las mujeres, recomienda de inmediato a las mujeres que se vistan con recato, que se adornen de pudor y castidad, y no se adornen con oro, perlas, ni vestidos suntuosos; antes bien se vistan como deben hacerlo las mujeres que, mediante sus buenas obras, muestran que hacen profesión de virtud.
Después de esta regla del ilustre apóstol, no hay más que prescribir a los cristianos, sino que la sigan, y que imiten en esto a los cristianos de los primeros siglos, que edificaban a todos por el recato y la sencillez de sus vestidos.
Es vergonzoso que los hombres, como ocurre a veces, sean tan afeminados que se complazcan en llevar vestidos muy ricos, y pretender que se les tome en consideración por ello. Deberían, mejor, elevar su espíritu más alto, prestando atención a que los vestidos son vergonzosos signos del pecado; y considerándose, por otra parte, nacidos para el cielo, deberían esmerarse en hacer su alma hermosa y agradable a Dios.
Ése es el consejo que San Pedro da a las mujeres; les dice incluso que menosprecien lo que se muestra externamente, y que no se atavíen, en absoluto, con vestidos ricos, sino que adornen, en lo interior del corazón, al hombre, con la pureza incorruptible de un espíritu tranquilo y honesto, que es muy valioso delante de Dios.
Hay que cuidar especialmente de mantener los vestidos siempre muy limpios. El decoro y la cortesía no pueden tolerar nada sucio y descuidado. Por tanto, quienes mantienen sus vestidos, su sombrero o sus zapatos blancos de polvo, pecan contra el decoro, lo mismo que quienes salen y se muestran fuera de casa con vestidos embarrados. Eso es siempre en ellos signo de enorme negligencia.
También es muy descortés consentir grasa o manchas en los vestidos y llevarlos sucios o rotos. Eso es señal de un hombre de poca educación y de proceder descuidado.
La ropa no se debe tener menos limpia que los vestidos. Por ello hay que cuidar de no dejar caer tinta en la ropa cuando se escribe, o de no mancharla por descuido, sea al comer o al hacer cualquier otra cosa.
También hay que cambiarla a menudo, al menos cada ocho días, y procurar que esté siempre blanca.
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