
Pasiones perjudiciales a nosotros mismos: la tristeza.
Todos los hombres están sujetos a padecer aflicciones de ánimo.
De las pasiones que perjudican principalmente a nosotros mismos.
Tristeza.
La tristeza es el dolor que experimentamos en los males de esta vida. De estos males los unos corresponden al alma, se llaman morales, los otros tocan al cuerpo, y se llaman físicos. Males morales son las aflicciones que sentimos de resultas de las desgracias y adversidades. Físicos son aquellos que nacen de las sensaciones dolorosas, como de heridas, de enfermedades, o de otras causas semejantes.
Todos los hombres están sujetos a padecer aflicciones de ánimo: sería locura pretender que todas las cosas saliesen a medida de nuestros deseos.
Pero estas aflicciones pueden suavizarse acostumbrándonos con tiempo a la paciencia.
La religión y la razón nos persuaden (unidas) esta virtud. La religión haciéndonos ver que cuanta más paciencia y más resignación tengamos en los males de esta vida, tanta mayor recompensa conseguiremos en la otra. La razón, haciéndonos presente que la impaciencia y la tristeza no sirven para otra cosa sino para aumentar la amargura de las mismas aflicciones: y que la paciencia, al contrario, las hace más llevaderas, y abre camino para que nos llegue más presto el consuelo.
Para sufrir pues estos males con más facilidad es menester que aprendamos a corregir los errores de nuestra imaginación, que siempre nos representa las cosas mayores de lo que son en la realidad. Que nos persuadamos que, como dice el refrán, "no es tan fiero el león como le pintan"; esto es, que ninguna desgracia es tan grande en sí misma como nos la representa nuestra imaginación. La experiencia nos desengaña a cada paso, y vemos que un mal que teníamos al principio por gravísimo, viene al cabo a parar en riada, o a lo menos en una friolera.
"No hay mal, por lo regular, que, bien mirado, no tenga remedio o compensación"
Además de esto no hay mal por lo regular que, bien mirado, no tenga remedio o compensación. Así en lugar de abandonarnos a la aflicción, y dejarnos abatir por las desgracias, debemos buscar sin tardanza el modo de remediarlas, si es posible, o de compensar por otra parte el bien que nos han hecho perder.
El que sepa usar de estos medios verá prácticamente cómo se abrevian y suavizan sus aflicciones en todas las adversidades.
En cuanto a los males del cuerpo podemos decir lo mismo, pues la imaginación contribuye igualmente a hacerlos parecer mayores de lo que son. Debemos pues en primer lugar desechar estos errores de la imaginación, y después sufrir los verdaderos males que padecemos con la debida constancia. ¿Acaso la impaciencia y la inquietud los disminuyen? Antes los aumentan y empeoran. Con que no nos queda otro remedio que tolerarlos sin inquietud, y discurrir con paciencia y tranquilidad los medios de librarnos, de ellos.
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