Máximas sobre el decoro y la urbanidad.
El decoro no admite medio término entre nuestras acciones y el modo de practicarlas.
Máximas relativas al decoro.
En vano nuestro amor propio se esfuerza por traspasar los límites que ha prescrito la sana moral. El decoro le opone una barrera, y detiene sus movimientos impetuosos.
La base del verdadero decoro es guardar en todas nuestras acciones una justa proporción entre lo que debemos a los demás y a nosotros mismos.
El decoro reprueba todos los placeres que no pueden conciliarse con el deber.
El decoro que procede del corazón, reina no solamente en nuestras palabras y acciones, si que también en nuestro ademán y hasta en nuestro mismo silencio.
La excesiva jovialidad, las grandes penas, una alegría imprevista, la cólera, el amor, los celos, la avaricia, y en general las pasiones son los principales escollos del decoro.
Desatender el decoro, es el más seguro indicio de una próxima relajación de costumbres.
El decoro no admite medio término entre nuestras acciones y el modo de practicarlas.
La virtud y la honradez cuando son bien sinceras, hacen decorosas todas nuestras acciones, y nos acarrean la confianza pública.
El decoro exige que conformemos nuestra conducta a la edad, al aseo, a la profesión, al empleo, a la dignidad.
Las palabras y las acciones deben dar a conocer lo que somos, como el rostro y el vestido indican nuestro sexo.
"No hay cosa que pueda haceros más amables que la complacencia"
Es tan contrario al decoro afectar ocultarse de hacer obras buenas, como la misma ostentación.
La afectación en el aire, en el ademán, en las palabras, en las acciones, tiene mucho de ridiculez y raya en locura.
No prostituyáis vuestros elogios si queréis que los aprecien, y no recibáis los que os prodiguen, sino con la mayor modestia. Cuando son exagerados e intempestivos, no hacen gran favor ni al que los reparte, ni al que los recibe.
No hay cosa que pueda haceros más amables que la complacencia; sin embargo, por motivos que os asistan para ejercerla, procurad no obrar jamás contra la razón.
La complacencia intempestiva es una ridiculez; la que se niega cuando el caso lo exige y la razón lo aprueba, es una incivilidad.
La complacencia exige que no desaprobéis en lo posible cosa alguna; pero no os autoriza a aprobar sin calculo ni reflexión. Examinad las cosas detenidamente, y no decidáis a primera vista. Temed la confusión que nos atrae un juicio precipitado.
Jamás viene el caso de decir todo lo que se sabe; el mérito consiste en conocer lo que se debe decir.
Hay personas que hallan el secreto de incomodar diciendo muy bellas cosas, por el grande prurito que tienen de decirlas.
Nunca os criticarán porque no lo sabéis todo; pero se burlarán de vosotros si habláis ligeramente de lo que ignoráis.
Vale más no desplegar los labios que estar distraído cuando se habla.
No juzguéis jamás de vosotros mismos por el aprecio que os demuestren. Cuando se os obsequia, se atiende más a vuestra reputación que a vuestro mérito verdadero. Más pronto se os trata según las prendas superficiales que dejáis traslucir, que según las calidades sólidas que acaso no poseéis.
No os envanezca el respeto con que seáis tratados. Muchas veces esta atención no tiene analogía con vuestra persona, sino con vuestras riquezas, o vuestro empleo.
Tomad tanta precaución contra el bien que se dice de vosotros, como contra el mal que podría hacérseos.
Procuraos una ocupación conforme a vuestro estado. Los que no quieren tomarse el trabajo de hacer algo, tienen más trabajo que otros para pasar la vida.
Es indecoroso burlarse de los modales ajenos aunque ridículos, mayormente si la afectación no toma en ellos parte alguna.
Es impolítico no prestar atención a los que la han prestado a vosotros, por grande que sea la superioridad de vuestras luces y talento.
Reír sin motivo es cosa de simples. Reír a carcajadas o inmoderadamente denota falta de juicio.
"Jamás vuestro resentimiento debe impediros reconocer el mérito de vuestro adversario"
Procurad refrenaros en la cólera. La mayor parte de vuestros gestos y palabras cuando están en movimiento vuestro bilis, os quitan toda la ventaja sobre el ofensor y os desacreditan a los ojos del público.
¿Quieres un medio eficaz para refrenar la cólera? Pensad que el amor propio o la sensibilidad demasiado viva aumentan en vuestra imaginación más de la mitad de la ofensa que pretendéis haber recibido.
La cólera debe ser la expresión del sentimiento de un mal que se nos ha hecho, y no del que vosotros quisierais hacer. Así atraeréis a vuestro partido las personas que vacilasen aun entre vosotros y vuestro adversario.
El decoro se opone tanto a las quejas excesivas que dais al primer venido contra las personas que os han agraviado, como a los elogios frecuentes y exagerados que tributáis intempestivamente a aquellos, de quienes aguardáis algún beneficio.
Jamás vuestro resentimiento debe impediros reconocer el mérito de vuestro adversario, o excitaros a confesarlo con afectación.
Por grande que sea vuestro mal humor, no recordéis o hagáis mención de un agravio, cuando por él se os ha manifestado arrepentimiento, o se os ha dado satisfacción. No hay cosa más indigna que triunfar de un buen corazón, citando continuamente las faltas cometidas por debilidad o por sorpresa.
La locura sola excita la compasión, mezclada con sensatez es vituperable.
¡Dichoso quien por medio del decoro suaviza sus costumbres, tempera su genio, destruye las ilusiones de su orgullo, calma la fogosidad de sus pasiones, y hace sus virtudes más amables.
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