
La pronunciación. Hablar con claridad
Los hábitos de la infancia y de haber nacido en pequeños pueblos, el acento de provincia son obstáculos bastante comunes a la buena pronunciación
foto base Yolanda Sun - Unsplash
La importancia de pronunciar bien al hablar
Aquella urbanidad
La pronunciación es aún más necesaria al discurso que la elocución, pues antes que elegir las expresiones a propósito, es preciso hacerlas entender a los demás, y esto no puede conseguirse sino imperfectamente cuando se pronuncia mal. De aquí provienen las repeticiones forzadas, la falla de oportunidad, la fatiga, el disgusto, la impaciencia de los interlocutores y todos los tristes resultados de la sordera.
¿No merece pues que hagamos los mayores esfuerzos para evitar semejante defecto? La primera, la más grande falta contra el arte de pronunciar es la volubilidad. Cuando se habla con demasiada viveza si tartamudea, se producen sonidos ininteligibles, y es de todos los defectos de la pronunciación quizá el más insoportable.
Es bien sabido que pronunciar con demasiada lentitud o, como se dice vulgarmente, "oyéndose hablar" es una falta que revela orgullo o abandono, y que, además, en ciertos casos, es preciso activar el uso de la palabra; más nunca debe precipitarse aún en las materias que requieren una expresión rápida. Fuera de sus inconvenientes físicos, el tartamudeo tiene además otros inconvenientes morales, y revela aturdimiento, locuacidad o necedad.
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Después de este defecto está la vacilación que no es menos molesta pues siembra el discurso de penosos y ridículos esfuerzos. Este defecto que consiste muchas veces en la organización, proviene también de no haber pensado en la materia antes de hablar; de la timidez y cierta viva emoción que obliga a balbucear; del cuidado exagerado en emplear términos muy escogidos, cuya causa es la menos disculpable de todas.
Con el objeto de agradar a los demás, los llenáis de repeticiones y palabras rebuscadas y deseando pasar plaza de espiritual, venis a ser soberanamente enojoso.
Los hábitos de la infancia y de haber nacido en pequeños pueblos, el acento de provincia son obstáculos bastante comunes a la buena pronunciación. Respecto a este último defecto es preciso hacer un estudio especial sobre si mismo y procurar modificarlo por la disposición contraria, más por ridiculo que sea el que comete esta falta lo son aún mucho más esas personas, verdaderos sustitutos de los maestros de escuela, que interrumpen a los demás en medio de una conversación para repetir con una sonrisa irónica la locución vulgar, la palabra mal pronunciada, o mal acento que acaban de escuchar.
Hay un gran defecto también, en ese deseo pueril y pedante, que muestran algunos de pasar por excelentes "puristas" pronunciando con la mayor afectación algunas de las consonantes que lo general de las personas no hacen sentir con toda claridad.
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Fuera del acento general existe un acento particular que da color y vida a las palabras revelando los sentimientos del que habla; todos comprenden su delicadeza y su encanto, pero también es sabido, generalmente, que debe estar en perfecta armonía con el lenguaje y exento de toda afectación y exageración. Recitar cosas duras con un tono dulce; mostrar con voz humilde orgullosas pretensiones; entablar una discusión política con tono cariñoso; referir un hecho agradable con un acento melancólico, todo esto es acarrearse el ridículo en el supremo grado. No lo es menos forzar el acento, o desnaturalizarle adoptando un aire irónico o introduciendo en el discurso una especie de declamación o de canto.
No se puede juzgar del acento de una persona que habla demasiado alto o muy bajo, pero desde luego se puede creer que la que comete el primer defecto es grosera y la que se encuentra en el segundo caso desdeñosa.
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