Tarde quince. Del modo de conducirse en una sociedad.
Por el modo de portaros en una sociedad, formarán las gentes que no os conozcan buena o mala opinión de vosotros; es pues muy importante que no os descuidéis sobre este punto.
El Padre. - Por el modo de portaros en una sociedad, formarán las gentes que no os conozcan buena o mala opinión de vosotros; es pues muy importante que no os descuidéis sobre este punto.
Al entrar en un paraje donde se hallen reunidas muchas personas, saludad con modestia, inclinando el cuerpo hacia adelante y bajando los ojos, primeramente a los amos de la casa y después a las demás personas, continuando por las de más distinción. Si es costumbre darse las manos, alargad la vuestra a vuestros iguales o inferiores, y con los superiores esperad a que ellos os la alarguen.
Si todos estuvieren sentados, tomad el asiento que se halle vacante, o aquel que os indiquen.
En cualquiera situación que estéis, dejad al cuerpo en su posición natural, porque la afectada siempre es ridicula. Si estuviéseis sentados, haced que vuestros pies descansen igualmente en tierra, sin que estén las piernas demasiado separadas, ni unidas. Es muy mala costumbre poner los pies en los palos de las sillas, porque, además de ser una postura demasiado familiar, se echan a perder con esto las sillas, y no le puede gustar nada al amo de la casa.
No imitéis a ciertas gentes que, al sentarse en un sofá, se tienden a lo largo, con lo cual indican su poco respeto a los circunstantes. Los niños mal criados tienen las piernas en continuo movimiento, se agitan en la silla para demostrar su fastidio e impaciencia.
A tí, hija mía, es a quien se dirige esto más principalmente. La decencia debe brillar en todas las acciones de una mujer; en vuestro sexo la postura sola basta para decidir a favor o en contra de una persona. Por esta razón las muchachas deben tomarse menos libertades que los muchachos; lo que en estos sería un atolondramiento o ligereza, en aquéllas pasaría por una indecencia. Una señora de buenos modales no pone las rodillas cruzadas, ni se deja caer sobre el respaldo de la silla, y tiene cuidado de que el vestido cubra el pie hasta el zapato.
El uso ha establecido que en una sociedad de forma los hombres estén con la cabeza descubierta; si el frio o alguna otra causa os incomodase, valdrá más que pidáis permiso para cubriros, si estáis entre personas de alguna confianza.
Escuchad atentamente la conversación; no os estreguéis las manos por via de pasatiempo, o para daros importancia; no cantéis entre dientes, ni silbéis, pues son señales de mucho fastidio, poco agradables a los demás. No saquéis el reloj a menudo, porque lo interpretarán, o bien que estéis cansados y deseáis que pase el tiempo de la visita adoptado por la etiqueta, o que tenéis vanidad en enseñarlo.
Si alguno os ofreciere una cosa, recibidla con una ligera pero decente sonrisa, inclinando un poco el cuerpo y la cabeza; al devolver el mismo objeto, observad poco más o menos la misma ceremonia. Si fuere cuchillo, cuchara, tenedor, tijera, o alguna otra cosa, que tuviere mango o parte determinada para cogerlo, presentadla por el lado conveniente a la persona que la ha de recibir.
Si os regalan algo, no desprecies la dádiva, sobre todo delante del que os lo haya regalado; no solamente seria ingratitud, sino que ofenderíais al que creía daros gusto. Tampoco es muy cortés alabar el regalo que hagáis a una persona, seria dar a entender que exigíais un agradecimiento mayor. Es menester saber dar, hijos mios, porque no consiste en dar mucho, sino en el modo, en la gracia con que se da.
Con este motivo os recomiendo que seáis muy delicados en los servicios o favores que hagáis. El que tiene necesidad de nosotros, como sea un hombre de bien, bastante humillado se encuentra con la necesidad misma; es cosa cruel tratarle con desden, o mal modo. Respetad el amor propio de cualquiera, pues este es el medio de granjearse voluntades.
Cuando deis limosna, dadla con gracia; si los hombres reflexionaran que aun es menos trabajoso ser amable que seco y soberbio, y que no hay corazón que resista a la amabilidad, al paso que todos se irritan contra un orgulloso, pocos habría que no se esforzaran en ser o parecer lo que tantas ventajas acarrea. Nadie agradece un favor hecho con altanería; es una acción que irrita, indigna de una alma bien nacida.
Volvamos a nuestro asunto. Hay ciertas necesidades continuas en la vida humana, que es preciso satisfacerlas de un modo que no choque a nadie. Entre ellas las que más a menudo ocurren son, el sonarse las narices, escupir, estornudar y bostezar. Lo primero debe hacerse sin incomodar a los circunstantes con un ruido semejante a una trompeta; en seguida dóblese el pañuelo y póngase en el bolsillo sin estregarlo antes, ni mirar dentro, como lo hacen algunas personas cochinas. Cuando hay deseo de escupir, es menester volver la cara un poco, para no salpicar a nadie, y pisar luego la saliva; lo más limpio y lo que se debe hacer en toda sala alfombrada o bruñida, es escupir en el pañuelo, o en la escupidera, si la hubiere. ¡No hay cosa que revuelva más un estómago, por robusto que sea, que un aposento lleno de gargajos; y aun cuando no fuera más que por separar de la vista un espectáculo tan asqueroso, debiere introducirse en todas partes la costumbre de escupir en el pañuelo estando entre gentes.
Por lo que respecta a estornudar, es preciso volver un poco la cabeza, o lo que es mejor, cubrir la cara con el pañuelo. Si está recibido en uso el saludar a la persona que estornuda, ésta debe dar las gracias con una ligera inclinación.
El bostezar a menudo se considera como una señal de fastidio; si tuviereis necesidad de hacerlo, cubríos la boca con un pañuelo, y no habléis en tanto que dure el bostezo. Si esta necesidad os ataca demasiado, vale más retirarse.
Cuando las gentes se reúnen alrededor del fuego, los asientos más cómodos se deben ceder a las personas de más consideración. No pongáis las manos a la llama, no os coloquéis delante de los otros, ni de espaldas a la lumbre; esto último solo puede ser permitido a un padre delante de sus hijos, o a un amo con sus criados. La humanidad, así como la cortesanía, exigen que se haga lugar a los que lleguen tarde, y que se les ceda el sitio en el cual puedan calentarse mejor.
Si alguno echa al fuego cartas, papeles u otra cosa semejante, es muy indiscreto el retirarlos; no lo es menos el ponerse a leer las cartas que hubiese sobre una mesa; o cuando otra persona estuviere leyendo algun papel, dirigir la vista hacia él para ver lo que contiene. Tampoco se debe abrir un libro, sin pedir antes permiso a su dueño; en fin, no se debe tocar nada estando en casa ajena.
Observad en todas ocasiones como se conducen las personas que pasan por muy bien educadas, e imitad de ellas lo que conviene a vuestra edad, y al rango que ocupáis en la sociedad, procurando no copiar los modales de un personaje distinguido, porque esto solo bastaría para cubriros de ridiculez.
Hay muchos jóvenes que por falta de trato de gentes, o por descuido de sus padres y maestros, rehuyen de toda suerte de visitas, y cada vez que tienen que presentarse en una tertulia, o reunión de personas de ambos sexos, les entra un temblor como de terciana; cuando entran en la sala se hallan embarazados, los carillos y las orejas se les encienden como un tomate, se turban, equivocan las personas, todo lo confunden; y en seguida adquieren un aborrecimiento mayor al trato social de gente fina. Venced, hijos mios, este temor pueril, que os perjudicará mucho. Adquirid un aire desembarazado y franco, que no raye en llaneza, pues este sería otro extremo igualmente peligroso.
Una persona amable, atenta y alegre forma las delicias de una sociedad. Si algún disgusto os aflige, olvidadlo a la puerta de lo casa adonde vayáis; si os es imposible no salgáis de casa, así no comunicareis a otros vuestra tristeza.
Se me olvidaba deciros que antes de entrar en una casa es preciso limpiar los zapatos o botas en el hierro que para este objeto suele estar a la puerla, o en la estera que se pone al pie de la escalera.
Nadie debe fumar en una concurrencia sin pedir antes permiso al dueño de la casa y a las señoras; y si hay antecedentes de que el humo del cigarro puede incomodar a alguno, sería una brutalidad el ponerse a fumar, aun cuando el dueño de la casa consintiera por urbanidad.
Basta por esta tarde, hijos míos; mañana continuaremos nuestra tarea.
Emilio. - ¿Por qué no prosigue V. un poco más, papá? Es temprano, y yo le escucho a V. con mucho gusto.
Luisita. - Lo mismo yo, papá; no soy como Jacobito que suele estar enredando.
El Padre. - Basta, hijos míos; quiero más que os quedéis con ganas de oirme, que no cansados de haberme escuchado.
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