
Los placeres civiles en los pasados siglos. II.
Al principio del siglo XVII los ingleses consideraban como una manía del viajero Tomás Coryate, el haber llevado de Italia a Inglaterra el tenedor que ellos reputaron por mueble inútil.
Escasez de los placeres civiles en los pasados siglos.
Todos los adornos de la estancia de Enrique VIII, rey de Inglaterra que vivía en el mismo siglo consistían, prescindiendo de la cama y de un armario, en un taburete, dos rinconeras y un pequeño espejo.
Las salas de los ricos estaban guarnecidas de tapices de Arras; de largas y toscas mesas colocadas sobre caballetes; y de algunos bancos y taburetes. Las camas tenían alguna apariencia y tal vez adornos, pero los demás ciudadanos dormían sobre una estera o un jergón, descansando la cabeza en un travesaño de madera. No había vidrios sino en las ventanas de las iglesias y de los palacios, y en las demás había una tela o rejilla de madera. Los suelos de las estancias no eran sino un macizo de tierra cubierto de arena o de juncos, y se absorvían todas las inmundicias y excrementos de los perros y de los gatos, de todo lo cual resultaban las frecuentes pestes de que son testimonios el crecidísimo número de hospitales para apestados y leprosos que se levantaron en los pasados siglos.
Cuando se principió a abrir escuelas en Italia en el siglo undécimo fueron muchos los que concurrieron a ellas, y no se usaban bancos ni sillas, sino que los estudiantes se sentaban encima de la paja. En la iglesia, como tampoco había asientos, se extendia un poco de paja, principalmente en las funciones largas, como en la de nochebuena.
En el siglo XIV los milaneses aun no usaban camisas de lino, y no obstante era Milán la ciudad más rica de Italia. A pesar de tantas riquezas, el pueblo, que era muy numeroso, tenía viviendas tan malas, que el alcalde hubo de prohibir que habitasen en una estancia más de diez personas.
Al considerar cuanta era la suciedad doméstica, se ve la razón porque los pueblos en lo antiguo, en vez de disfrutar los placeres de la conversación en sus casas, se reunían con grande afán en las plazas para presenciar espectáculos ordinarios, o bien se invitaban para apedrearse en los campos.
Hasta el año 1343 las mujeres en Inglaterra no usaron para los moños otras agujas que de palo. Las primeras calcetas de seda las llevaron en Francia Enrique II en el día de su casamiento con la duquesa de Saboya en el año 1549, y en Inglaterra la reina Isabel en 1561.
Los primeros relojes portátiles salieron de Alemania en 1577, y fueron rarísimos en todo el siglo siguiente.
Al principio del siglo XVII los ingleses consideraban como una manía del viajero Tomás Coryate, el haber llevado de Italia a Inglaterra el tenedor que ellos reputaron por mueble inútil.
Si de los placeres civiles pasamos a los intelectuales, nos encontraremos con la gran masa de libros que salen a la luz en nuestros tiempos, entre los cuales hay libros curiosos como las historias y los viajes, agradables como las tragedias y comedias, instructivos como los de artes y comercio, doctos como son los referentes a los varios ramos de las ciencias, otros escritos a propósito para las mujeres, otros adaptados a la capacidad de los niños, poco costosos y al alcance de todas las personas, y además son en gran número las bibliotecas en donde cualquiera puede instruirse sin gastar un real. Mientras están dilatado el pasto ofrecido a la curiosidad y a la instrucción de todos, la facultad de leer está más extendida, y gran número de personas participan de este beneficio.
En tiempos pasados, sobre que los libros eran rarísimos y asombrosamente caros, no sabían leer ni escribir las personas notables encargadas de las más graves incumbencias y revestidas de las dignidades más honoríficas, lo cual no debe admirarnos, porque quien daba indicios de saber alguna cosa, era tenido por mágico o hereje. Petrarca hubo de sincerarse de una acusación de esta especie fundada en que leía el Virgilio de corrida.
De lo dicho se sigue que las comodidades y la lectura ocupan actualmente capitales y tiempo que antes se dedicaban tal vez a la corrupción. Será más poderoso el argumento si a estos dos orígenes de placeres inocentes añadimos el espectáculo de las bellas artes que en tantas formas y modos interesan al hombre, y que tan poco conocidas eran entre los siglos VI y XIII.
Suponed dos ríos, y que las aguas de uno de ellos corren unidas sobre un terreno inclinado, y las del segundo discurren por un terreno llano en que hay muchos estorbos y que en parte se pierden en canales laterales. ¿En cuál de esos dos ríos será más impetuosa la corriente? Sin duda que en el primero. Este representa el curso de la corrupción en los siglos de rudeza e ignorancia, el otro el curso de la corrupción en los siglos dados a la instrucción y a las artes. Insisto, pues, en que si durante los pasados siglos era menor la suma de las sensaciones inocentes, debía ser mayor el esfuerzo hacia las ilícitas, allí en donde el sentimiento religioso no era bastante poderoso para contenerlas, lo cual era harto frecuente según la historia nos demuestra.
- Los placeres civiles en los pasados siglos. I.
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