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Lección sobre las habilidades. El baile y las conversaciones. Parte II

Observa, pues, a las personas mejor criadas el semblante, el tono de voz, y hasta las palabras que emplean para presentarse, despedirse, ofrecerse ...

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816
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Saber usar las conversaciones generales e indiferente
Habilidades con el baile, la conversación y la elección del vestuario correcto. Saber usar las conversaciones generales e indiferente

Habilidades con el baile y las conversaciones. Elegir el vestuario apropiado

El baile y la conversación son dos actividades que pueden poner a prueba las habilidades sociales de una persona. El baile precisa de práctica y un poco de coordinación. Una persona que domina el arte de la conversación es capaz de expresar sus pensamientos de una manera clara y coherente. Puede mantener una conversación fluida y amena. Pero también, sabe escuchar. Una persona que domina estas habilidades sociales es capaz de moverse con gracia y naturalidad cuando en un fiesta o reunión tiene que enfrentarse a estos pequeños retos. Lord Chesterfield le aconseja a su hijo que trate de adquirir estas habilidades sociales.

El baile es una de aquellas frivolidades establecidas a que las gentes de juicio se ven varias veces obligadas a conformarse; y ya que se ponga uno a hacerlo ha de ser como es debido, esto es, dando a entender que fue amaestrado en su niñez, poniendo mucha atención en los movimientos de brazos, porque éstos deciden la gallardía y soltura, mejor que los otros movimientos del cuerpo; tanto que una contorsión o tiesura en la muñeca, hará creer que no se ha tenido maestro, o que se aprendió en un lugar; el hombre que baila bien, lleva siempre el cuerpo derecho, con el sombrero bien puesto; y el que mueve la cabeza con libertad, tanto a los lados, como al inclinarse en las cortesías, baila bien; esta es la cosa de que más debe cuidarse al entrar en concurrencia, porque es la que da la primera idea del sujeto; y los que se presentan bien, tienen una cierta dignidad en su aire, que causa respeto.

La risa frecuente y a carcajadas, es el indicante de un burlón o de un simple, y siempre de hombre de pocos modales, porque el vulgo no tiene otro modo de explicar su gozo en cualquiera ocasión; y al que da mayores risotadas le llaman el más alegre; y así te advierto que las risotadas fuertes son evidentes pruebas de mala crianza en un sujeto. La verdadera gracia y el verdadero talento, nunca causan risa; son superiores a esta material y externa pasión, causando complacencia al espíritu, y solo una sonrisa al semblante; pero las bufonadas y los accidentes imprevistos son los que excitan las carcajadas; y las gentes de juicio y de crianza deben ser superiores a una y otra sorpresa de éstas; el que da un tropezón en la calle al tiempo de saludar a una señora, el que creyendo tener una silla detrás se sienta en el suelo, etc. provoca la risa con su chasco a cuantos lo ven, al mismo tiempo que les compadece su golpe; y tal vez será en ocasión que el mayor chiste del mundo no les hubiera podido hacer reír, lo que a mi ver convence de cuan ridícula, ordinaria, inoportuna y expuesta cosa son las risotadas; no queriendo hablar del ruido tan desagradable, y de los feos visajes del rostro en tales casos. Algunos conservan el vicio desde muchachos de reírse cuando se ponen a decir cualquier cosa, y a cualesquiera persona que sea; y el que no los conoce, los tiene al principio por simples, o cree que le hacen burla.

Debes saber usar las conversaciones generales e indiferentes, pues por frívolas que te parezcan, te serán útiles en mil casos; supongo para cortar una disputa peligrosa, para hablar a gentes de mediana esfera, o que se cortan con tu presencia y otras semejantes; el hablar del tiempo que hace, de las novedades de la Corte, Correos y Gacetas, o de la pieza actual de teatro, son las más a mano; la causa o accidente de la reunión en la que te encuentras, los asuntos de la profesión, de la familia o gusto de la persona que visitas, son también de esta clase; sobre modas, sucesos públicos, y aunque sea, sobre el arte de la cocina es bueno saber hablar, para hacerlo en el caso que te ocurra con gracia, con alguna idea y con naturalidad.

Imponte bien en el modo de hacer cada cumplido, porque son distintos en una parte que en otra, y también según las jerarquías de los sujetos, respecto a ti; observa, pues, a las personas mejor criadas el semblante, el tono de voz, y hasta las palabras que emplean para presentarse, despedirse, ofrecerse, brindar, dar los días, pascuas, pésames, enhorabuenas y demás ceremonias que se estilen donde te halles; porque no solo has de faltar a hacerlas, sino hacerlas como el hombre fino, pues también la gente vulgar tiene entre sí igual etiqueta; pero no se parece a la de la nobleza, sino como las acciones de las monas, cuando remedan a los hombres.

El nombrar a uno por su apodo, es cosa peor que mala crianza, es un insulto, es una ofensa que no se perdona fácilmente; y así no tengo que encargarte el cuidado de no hacerlo jamás; pero con este motivo te advertiré que siendo la causa de los apodos en la gente bien nacida de sus defectillos, ya en los modales o en la pronunciación, ya en el aire del cuerpo o de la ropa, los evites absolutamente para no ser ridiculizado, pues los apodos de zurdo, distraído, desastrado, media lengua, etc. quedan pegados al nombre del sujeto, y no solo le rebajan en la opinión de los hombres más sensatos, y le posterga en la de todos los demás, sino que a muchos les ha perdido solamente el tener un apodo ridículo.

El saberse vestir es una de las habilidades que aseguran ser un hombre de crianza y de mundo, o no serlo; porque cualquiera afectación en el traje implica tener un gran talento, como el abandono arguye miseria o poca consideración a su casa y las que trate. Los jóvenes de juicio evitan cuidadosamente toda particularidad en su vestido, atendiendo mucho a la limpieza por su propia conveniencia, y haciéndose cargo que todo lo demás se hace con respecto a los otros; y así debe uno vestirse como los hombres finos y de juicio del pueblo, y no como los monos que llevan las modas al extremo; ni como los raros que van siempre atrasados de una o dos modas; porque si quieres ser rival de los primeros, te ganarás el nombre de fachenda; y si imitas a los segundos, te ridiculizarán llamándote Señor a la antigua; pero en caso de que un joven peque, menos malo será en lo correspondiente a su edad para que le sea disculpable, atendidas sus miras.

La diferencia que hay entre vestirse un vanidoso y un mozo de juicio, es que aquel gradúa su mérito por el de su vestido, y este otro se ríe de la moda, al mismo tiempo que conoce ser indispensable el usarla; y hay mil de ellas ridículas que, no siendo peligrosas, debe ponérselas un mozo fino, aunque riéndose de tales caprichos; y por lo tanto, te digo que Diógenes tenía de sabio el despreciarlas, y de loco, el no contemporizar.

Es muy chocante el modo ordinario de llevar la ropa, así como es un insulto repugnante a la moda civil el aire de abandono y desastre; porque los hombres que viven en el mundo, se deben al público que los mira, los observa y los juzga; y teniendo las mujeres mayor influencia sobre las modas de los hombres, deben éstos, cuando no captar sus votos para currutaco, tampoco bascar su desaprobación, porque son muchas y valen según su número, y no según el peso de la razón; y al fin todo ello consiente en llamar al sastre que vista a los jóvenes de gusto, y decirle que haga la ropa de moda, pero sin llevarla al extremo; sobre todo te encargo que te vistas bien de una vez, para no volver en todo el día a pensar en tal cosa; quiero decir, que no lleves tan floja la ropa, que tengas que andarla ajustando a cada instante; ni te aprietes de modo que vayas siempre rabiando de las ligaduras, sino ceñido a tu cuerpo el vestido, para manejarte con libertad en todo.

 

Nota
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