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Las distracciones y el arte de agradar

Consignemos, ante todo, que el invocar "la distracción" para disculpa de un hecho censurable, a lo sumo puede ser aceptado como atenuación de la responsabilidad

El arte de agradar. Manual de la verdadera educación. 1905
Se lee en 5 minutos.

Relaciones sociales, distracciones y 'fragilidad de memoria'
Las distracciones. Relaciones sociales, distracciones y 'fragilidad de memoria'

Relaciones sociales, distracciones y 'fragilidad de memoria'

Con frecuencia encontramos dentro del círculo de nuestras amistades personas apreciabilísimas y discretas que, para ahorrarse la molestia de corregir un defectillo de su carácter, intentan persuadirse y persuadirnos de que tal defectillo tiene poca o ninguna importancia.

Tampoco faltan dentro de ese mismo círculo personas que no se satisfacen con excusar un defecto, sino que se niegan en redondo a admitir la hipótesis de que en ellas existe algo acreedor a corrección y censura.

De esta errónea creencia de perfección nace la idea de considerar sus defectos llenos de un encanto tal que los trueca en cualidades bellas. Discurriendo de semejante modo, se comprende fácilmente que nunca se intentará modificar ese defectillo, que, al fin, es un encanto y tiene un atractivo.

A este linaje de defectos pertenece el de las distracciones, defecto singularmente femenino. Muchas jovencitas y no pocas señoras respetables estiman que el carecer -o el suponer que se carece- de memoria es un derecho de la mujer, al propio tiempo que un rasgo de jovialidad inocente, de ingenuidad graciosa, reveladora de aturdimiento infantil y de irreflexión sencilla, que permite disculparse sonriendo y da ocasión a solicitar con arrepentimiento cómico el perdón para "la pobre distraída", para la que dice tener "la cabeza a pájaros".

Consignemos, ante todo, que el invocar "la distracción" para disculpa de un hecho censurable, a lo sumo puede ser aceptado como atenuación de la responsabilidad, nunca como justificación del hecho. Hay quien afirma que "pecado confesado es pecado medio perdonado"; convengamos en que es así, pero a condición de no reincidir, y esto sí que resulta punto menos que imposible para las que pecan por distraídas.

La flaqueza de memoria

Existe y conviene fijar la marcada diferencia que se nota entre las señoras que verdaderamente padecen flaqueza de memoria y las que afectan padecer de esa flaqueza.

Las primeras tienen un defecto que no es imputable a su voluntad y que constituye una desgracia, porque si se acentúa, les hará incurrir en toda clase de omisiones y de distracciones; pero siempre habrá que perdonarlas, en razón a que de igual modo incurren en equivocaciones cuando se trata de ajenos intereses que cuando se trata de intereses propios. Esta igualdad en el modo de proceder es la mejor prueba de la sinceridad del defecto. El daño que con su falta de memoria se ocasionan basta para ganarles la benevolencia de los mismos a quienes inconscientemente han perjudicado. ¿Quién no compadece la desgracia? ¿Quién no se hará cargo de la irresponsabilidad de aquellos que la sufren? Pero así consideradas las señoras a quienes realmente falta la memoria, es preciso reconocer que su distracción dista mucho de ser un encanto.

De muy diverso modo hay que juzgar a las desmemoriadas cuyas distracciones son sospechosas por el hecho de que nunca se perjudican al incurrir en ellas, y sí sólo las cometen con molestia o daño para el prójimo.

Resulta altamente cómodo, para las personas egoístas, envolverse en una atmósfera de irresponsabilidad que, hasta cierto punto, les permite -ya que a ello no les autorice- quitar tropiezos del camino de su vida, aun cuando al quitarlos los arrojen en el camino de los demás. Su fama de distraídas permite a esas egoístas evitarse trabajos, suprimir toda preocupación que no les afecte personalísimamente, no emplear sus actividades en provecho de otros, y sí beneficiarse con las actividades y desvelos de los demás, ya para asuntos propios, ya para atenuar las consecuencias de sus distracciones. La falta de memoria es la explicación de todo, la respuesta para todo, y paulatinamente llega a dar patente de impunidad a la persona que tuvo habilidad bastante para desempeñar bien el papel del Dr. Mirabel.

Preguntad a una amiga desmemoriada por el libro que os ofreció, por la recomendación que le pedisteis, por el dibujo que le prestasteis tiempo ha y que necesitáis ahora, y siempre, invariablemente, la contestación será una disculpa llena de lamentaciones: "¡Soy tan distraída!", "¡No tengo pizca de memoria!", "¡No logro acordarme!". Estas serán sus respuestas.

La señora distraída se deja en las casas de sus amigas la sombrilla, el abanico, los guantes y otros muchos objetos que las mismas amigas se cuidan de enviarle a su casa, conociendo, como conocen, la falta de memoria de su visitante.

Esta manera de ser ahorra la molestia de acordarse en dónde se dejaron olvidados.

La tranquilidad de espíritu es la primera satisfacción que se persigue con las distracciones voluntarias.

La señora que se finge desmemoriada jamás se cuidará de auxiliar a nadie, pero aceptará gustosa el auxilio que le prestan sus amigas al encargarse de reparar y subsanar sus olvidos.

A nadie se le ocurrirá pedir unas señas, una carta de presentación o confiar un encargo a persona que pasa por ser flaca de memoria. Véase cómo esta persona se encuentra exenta de infinitas atenciones y libre de prestar una multitud de pequeños servicios que las conveniencias sociales y las relaciones de afecto imponen a todos. Innegablemente, el papel de "distraído" es cómodo, por cuanto deja margen para hacerse servir sin contraer obligaciones de reciprocidad.

Las distracciones reales son hijas de un defecto irremediable; las distracciones supuestas son producto de un cálculo egoísta.

Pero hay un tercer género de distracciones, y son las que se afectan creyendo que con ellas se agrada o suponiendo que resulta graciosa una persona distraída.

Evitemos el trato de los que encubren su egoísmo con el ropaje de calculadas distracciones, y procuremos corregir en la juventud esos "desmemoriamientos" dictados por la coquetería o por un erróneo deseo de agradar.

Deseo erróneo, por cuanto la afectación siempre es desagradable; deseo erróneo, porque nadie puede desear que confundan su impremeditada ligereza con una incapacidad mental o con un premeditado egoísmo.

 

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