La urbanidad y la cortesía.
Es cosa llamativa que la mayoría de los cristianos sólo consideran la urbanidad y la cortesía como una cualidad puramente humana y mundana, y no piensan en elevar su espíritu más arriba.
La urbanidad y la cortesía.
Es cosa llamativa que la mayoría de los cristianos sólo consideran la urbanidad y la cortesía como una cualidad puramente humana y mundana, y no piensan en elevar su espíritu más arriba. No la consideran como virtud que guarda relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Eso manifiesta claramente el poco sentido cristiano que hay en el mundo, y cuán pocas personas son las que viven en él y se guían según el Espíritu de Jesucristo.
Sin embargo, este Espíritu es el único que debe animar todas nuestras acciones para hacerlas santas y agradables a Dios. San Pablo nos advierte de esta obligación, cuando nos dice, en la persona de los primeros cristianos, que así como debemos vivir por el Espíritu de Jesucristo, igualmente debemos conducirnos en todo por ese mismo Espíritu.
Así como no hay ninguna de vuestras acciones, según el mismo apóstol, que no deba ser santa, tampoco hay ninguna que no deba ser realizada por motivos puramente cristianos; y por lo tanto, todas nuestras acciones externas, que son las únicas que pueden regularse por la urbanidad, deben tener siempre y llevar en sí mismas el carácter de virtud.
Los padres y las madres deben tomar esto en consideración a la hora de educar a sus hijos; y los maestros y maestras encargados de la instrucción de los niños deben prestar a ello particular atención.
Al darles reglas de urbanidad, nunca deben olvidar enseñarles que hay que practicarlas sólo por motivos puramente cristianos y que consideren la gloria de Dios y la salvación; y cuidarse mucho de decir a los niños de cuya dirección se está encargado, que si no cumplen tal cosa se los criticará, perderán la estima o se los ridiculizará, ya que todas esas formas sólo son adecuadas para inspirarles el espíritu del mundo y para alejarlos del espíritu del Evangelio. Cuando deseen llevarlos a prácticas externas que tengan por objeto la compostura del cuerpo y la simple circunspección, cuidarán de moverlos a ello por el motivo de la presencia de Dios, del cual se sirve san Pablo para el mismo fin, al advertir a los fieles de su tiempo que su modestia debe ser patente a todos los hombres, ya que el Señor está cerca de ellos; es decir, por respeto a la presencia de Dios, ante el cual vivían.
Cuando les enseñen y les hagan cumplir prácticas de urbanidad que se relacionan con el prójimo, los animarán a que no les tributen tales muestras de benevolencia, de honor y de respeto sino como a miembros de Jesucristo y a templos vivos animados por el Espíritu Santo.
Así es como san Pedro exhorta a los primeros fieles, a quienes escribe que amen a todos sus hermanos y que tributen a cada uno el honor que se le debe, para mostrarse como verdaderos servidores de Dios, dando testimonio de que es a Dios a quien honran en la persona de su prójimo.
Si todos los cristianos se ponen en la actitud de no tributar esas muestras de benevolencia, de estima y de respeto sino con esas miras y por motivos de esta naturaleza, santificarán, por ese medio, todas sus acciones, y tendrán la posibilidad de distinguir, como debe hacerse, la urbanidad y la cortesía cristiana de la que es puramente mundana y casi pagana. Viviendo de ese modo como verdaderos cristianos, y manifestando modales exteriores conformes a los de Jesucristo y a los que exige su profesión, conseguirán que se les distinga de los infieles y de los cristianos de nombre, como dice Tertuliano que se conocía y distinguía a los cristianos de su tiempo por su exterior y por su modestia.
La cortesía cristiana es, pues, un proceder prudente y regulado que uno
manifiesta en sus palabras y acciones exteriores, por sentimiento de modestia, de respeto, o de unión y caridad para con el prójimo, y toma en consideración el tiempo, los lugares y las personas con quienes se trata. Y esta cortesía que se refiere al prójimo es lo que propiamente se llama urbanidad.
En las prácticas de cortesía y urbanidad se debe atender al tiempo; ya que hay algunas que se usaron en los siglos pasados, o incluso hace algunos años, que no se emplean actualmente; y quien quisiera servirse aún de ellas, pasaría por hombre raro, en vez de ser considerado como persona educada y cortés.
En lo que concierne a la cortesía, también hay que proceder de acuerdo con lo que se practica en los países en que se vive o en los que uno se halla, pues cada nación tiene modos de urbanidad y cortesía que le son propios, por lo cual lo que en algún país es improcedente, en otro se considera educado y cortés.
Hay cosas, incluso, que la cortesía exige en unos sitios particulares y que en otros lugares están totalmente prohibidas; pues lo que se debe hacer en la casa del rey o incluso en su cámara, no se debe hacer en otros lugares, ya que el respeto que se debe profesar a la persona del rey exige que en su casa se tengan ciertas atenciones que no es necesario observar en la de un particular.
También hay que comportarse de manera distinta en la casa propia que en las casas de los otros; y en casa de persona conocida que en la del que no se conoce.
Puesto que la urbanidad exige que se tenga y manifieste con un cierto respeto particular que no se debe, y hasta podría ser descortés, manifestarlo a otros; cuando se encuentra o conversa con alguien, hay que prestar atención a su calidad, para tratarlo y actuar con él de acuerdo con lo que pide su calidad.
También hay que considerarse a sí mismo y lo que uno es, pues quien es
inferior a otros tiene obligación de mostrar sumisión a los que le son superiores, ya por su nacimiento, o por su empleo, ya por su calidad, y manifestarles mucho más respeto que el que les mostraría otro que fuera igual que ellos. Por ejemplo, un campesino debe mostrar externamente más reverencia a su señor, que un artesano que no dependa de él; y este artesano debe mostrar mucho más respeto a dicho señor que un gentilhombre que fuera a visitarlo.
La cortesía y la urbanidad no consisten, pues, propiamente, más que en prácticas de comedimiento y de respeto para con el prójimo. Y como el comedimiento se manifiesta particularmente en la compostura y el respeto con el prójimo en las acciones ordinarias, que se realizan casi siempre en presencia de los demás, en este libro se tiene el propósito de tratar, de manera separada, estas dos cosas:
1. Del recato que se debe manifestar en los modales y en la compostura de las diversas partes del cuerpo.
2. De las señales exteriores de respeto o de particular afecto que deben tributarse, en las diversas acciones de la vida, a todas las personas en cuya presencia se realizan o con quienes se pueden relacionar. Del recato que se debe manifestar en los modales y en la compostura de las diversas partes del cuerpo.
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