
El arte de saber vivir. La sociedad. Parte primera
No es lo mismo hablar de las costumbres sociales que de la sociedad misma
The British Library
La sociedad y las costumbres
No es lo mismo hablar de las costumbres sociales que de la sociedad misma, de ese torbellino vario y ondulante, luminoso y sombrío, de esa mezcla en la que tantas cosas contrarias se rechazan y se armonizan, de ese medio, en fin, tan importante en el que nuestra vida entera se desliza y pasa. De sus fórmulas es indispensable tener una idea justa.
No es cosa fácil pintarlas, porque esto sería escribir un libro dentro de otro libro; sin embargo, como esta obra ha de ser útil, se necesita abordar asunto tan delicado y tratar de lo que tantos otros trataron antes.
El mundo es el fondo inescrutable entregado a nuestras eternas controversias. La razón es sencilla: todos los días la sociedad se modifica y se transforma. Cada época tiene costumbres particulares y pasiones dominantes, y forma un cuadro que sin cesar cambia y varía; de aquí tantos juicios contrarios, tantas apreciaciones diversas sobre hechos que desde lejos nos parecían falsamente idénticos.
Sin duda el fondo humano queda siempre poco más o menos el mismo, y sin embargo, parece que sufre una transformación lenta, constante y profunda. Si se abre cualquier libro de historia, en cada una de sus páginas encontramos la demostración y la prueba. ¡Qué cambio ha operado en las costumbres generales el siglo último si lo observamos desde este punto de vista! Estas modificaciones sucesivas no las vemos clara y precisamente, porque estamos mezclados en ellas, y somos más actores que espectadores, así como tampoco sentimos bajo nuestros pies la rotación de la tierra.
"Hay dos clases de personas en la sociedad: unos solo ven la perfección en el pasado, otros en el porvenir"
El movimiento de las sociedades humanas es tan perpetuo como el de los astros, y lo han analizado los escritores moralistas sin poderse poner de acuerdo. Se pueden dividir los autores en dos clases, cada una de las cuales admite numerosas subdivisiones; unos solo ven la perfección en el pasado, otros en el porvenir. Los primeros no reconocen más que perversidad y malicia en la sociedad humana y la creen llena de peligros y sentimientos malvados; a partir de esta idea, se dedicaron a revelar los malos instintos y las condiciones deplorables; son verdaderos Jeremías. Creyéndolos a ellos, ninguna virtud florece, la dulzura es cálculo, la educación hipocresía, y en el fondo de todo se encuentran las brutalidades y las concupiscencias del egoísmo; el mejor y el menos personal de los hombres, Helvetius, ha dicho esto en un libro que tuvo su hora de celebridad: " En los afectos más sublimes se pueden descubrir los cálculos de los intereses más sórdidos ". Así, sin pensarlo, sin quererlo, lo destruyen todo, hasta la familia, que reposa sobre los sentimientos más nobles y tiernos. Estos libros no son verdaderos y ejercen sobre la educación y sobre las costumbres un influjo funesto. Es realmente muy malo llevar a espíritus jóvenes tales desconfianzas y educarlos en los temores suficientes para helar sus más nobles instintos y despojarlos de todo entusiasmo, de toda sinceridad, de toda creencia en lo bueno y en lo bello y en toda esperanza generosa.
¿Qué puede pensarse, por ejemplo, del moralista que dice: " Vivid con vuestro amigo como si algún día debiera ser enemigo vuestro "?, y del otro que escribe "¿Amigos? No hay amigos". A la verdad, tales doctrinas solo son buenas para volvernos a los trajes de pieles con que se cubrían nuestros antepasados durante su vida oculta entre la espesura de los bosques. ¿Qué orientación dan a los espíritus jóvenes con tales máximas? Con el miedo deforman inevitablemente naturalezas suspicaces, estrechas, egoístas, y sin ventaja para ella se descorazona a la juventud. ¿Cómo han de ambicionar un puesto en una sociedad de la que se les muestran los miembros infectos y las pasiones odiosas? Hay que cuidar de que los argumentos no se vuelvan contra nosotros mismos, y según la doctrina cristiana, todos serán juzgados como juzgaron.
- El arte de saber vivir. La sociedad. Parte primera.
- El arte de saber vivir. La sociedad. Parte segunda.
- El arte de saber vivir. La sociedad. Parte tercera.
-
7875
Aviso Los artículos "históricos" se publican a modo de referencia
Pueden contener conceptos y comportamientos anacrónicos con respecto a la sociedad actual. Protocolo.org no comparte necesariamente este contenido, que se publica, únicamente, a título informativo
Su opinión es importante.
Participe y aporte su visión sobre este artículo, o ayude a otros usuarios con su conocimiento.
-
El paseo, el sitio de preferencias y las reglas de cortesía al pasear.
-
Hay tropiezos del decoro, tanto propio como ajeno, siempre a punto de necedad. Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad.
-
La urbanidad es una ciencia que enseña a colocar en su debido lugar lo que hemos de hacer o decir.
-
Cuando el aburrimiento ha invadido a una persona, es perfectamente inútil tratar de ahuyentarlo con viajes, con diversiones, banquetes o lecturas
-
Desprecia el falso saber, es malo. Pero estima el saber verdadero, que siempre es útil. Estímalo, lo poseas, o no lo poseas tu mismo
-
No puede haber héroe que no tenga algún extremo sublime: las medianías no son asunto del aplauso
-
Con los hombres habemos de tratar, como con hombres y no como con Angeles; y así es necesario, que nuestra conducta con ellos sea proporcionada a nuestro estado común.
-
Sea que estemos en pie, sentados o andando, debemos tener siempre el cuerpo recto, sobre todo la cabeza derecha
-
Las tertulias y encuentros amenizados por un músico u orquesta.
-
La ridiculez de las modas, bien puede recordarse el uso de llevar una calceta o una pierna de un color y la otra de color distinto.
-
Conocer los afortunados, para la elección; y los desdichados, para la fuga.
-
Una persona puede ser admirada y respetada por su comportamiento pero también por lo que tiene y por lo que es.