Cuando los vals venían de Viena, y los niños de París
Necesitaría un video para recrear las caras adustas y amargadas que adopta cada uno haciendo como que no ve al otro para no tener que hablarle...
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? En algunos aspectos de la educación, sí
No es cierto que cualquier pasado siempre fue mejor. ¿Acaso era mejor recorrer grandes distancias a caballo en medio de la lluvia en una noche de tormenta, que conducir un auto bien cubiertos y cómodos hasta llegar al destino?
¿Viajar en barcos lentos y calurosos semanas enteras era mejor que tomar un vuelo de unas horas según el sitio elegido?
Por supuesto que no, pero hay otros temas en donde el pasado se asoma con cierta timidez para recordarnos que como se hacía antes daba mejores resultados y que como innovamos ahora definitivamente no es lo mejor.
- ¿Buenos día vecina, cómo amanece?
- Aquí muy bien gracias, ¿y usted qué tal está?
Este era un diálogo usual entre vecinos de antes en una mañana cualquiera.
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- ¡Buenas!
- Hummmm
Este es el estilo de hoy... con suerte.
Necesitaría un video para recrear las caras adustas y amargadas que adopta cada uno haciendo como que no ve al otro para no tener que hablarle, como si fuera que el otro se va a morir en cualquier momento y el uno es dueño de la inmortalidad.
Antes y ahora: cuánto hemos cambiado
Antes los valses venían de Viena en el marco de grandes y solemnes sinfónicas, y los niños llegaban "del pico de hermosas cigüeñas que volaban desde París".
Hoy día la música, valses incluidos, viene de las manos de cantantes modernos con lentes y chamarras, adornados con aretes, tatuajes y coristas detrás.
¿Y los niños?
Bueno, ellos ahora arriban antes de que sus jóvenes madres tengan tiempo de preguntar de dónde y cómo. Aparecen casi sin avisar y huérfanos de padres, nombres, cariño y pan, que estos se los ha quedado la cigüeña al momento de jubilarse.
Allí es donde las diferencias entre pasado obsoleto y presente brillante se hacen visibles, unas veces con poco impacto, otras con demasiado ardor.
Desde luego que el tiempo no perdona. Avanza inexorable cual furioso río crecido tras fuerte temporal, arrastrando todo a su paso sin visos de clemencia.
Así lo que antes era costumbre ahora ya no lo es.
La educación de cuna, aquélla que recibían los niños en casa de parte de sus padres, abuelos y parientes, ha desaparecido poco a poco con padres y madres trabajando a diario sin parar, lo mismo que los abuelos modernos, también profesionales que se esfuerzan por mantener su propio espacio.
Los niños quedan a su suerte en manos de trabajadoras que hacen lo que pueden con lo que tienen, que es bien poco, ayudadas por la televisión, que ha pasado a ser la niñera moderna.
Cuando los niños comienzan la escuela ya llevan consigo gran parte de su formación: los maestros les enseñarán temas más complejos como las matemáticas, historia y viajes a través de la geografía, entre otros. Pero a decir buenos días, pedir las cosas por favor, dar las gracias; valores como la honestidad, decencia, tolerancia, buenos modales, respeto, pudor, el sentido del deber, empatía, integridad y tantos otros que conforman la esencia del ser humano, eso no lo enseña la escuela.
Entonces, si tampoco lo aprenden en la casa, tendremos siempre ciudadanos graduados con títulos diversos pero sin educación, ¡eruditos de papel!
No es que añoremos los viejos valses de Viena, ni que pretendamos que los niños sigan creyendo, como en tiempos de la abuela, que vinieron de París cargados por amorosas cigüeñas, sino que nos preocupemos más de lo que enseñamos en casa a nuestros hijos, y también de lo que hacemos frente a ellos.
No olviden que somos sus modelos de vida, los "supermanes" y "mujeres maravillas" de sus sueños inocentes.
¡No los defraudemos!
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