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Del aseo. Del aseo de nuestros vestidos

La limpieza en los vestidos no es la única condición que nos impone el aseo: es necesario que cuidemos además de no llevarlos rotos ni ajados.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. 1852
Se lee en 4 minutos.

Puede suceder que nuestros medios no nos permitan cambiar con frecuencia la totalidad de nuestros vestidos
El aseo de los vestidos y el calzado Manual de Carreño. Puede suceder que nuestros medios no nos permitan cambiar con frecuencia la totalidad de nuestros vestidos

El cuidado y limpieza de los vestidos, el calzado y los pañuelos. Manual de Carreño

El cuidado de la ropa que utilizamos a diario mejora nuestro aspecto personal y profesional. El estado de nuestra ropa, ya sea en el trabajo o en situaciones sociales, es importante de cara a nuestra imagen personal. Pero además de una buena imagen, debemos pensar en la comodidad y durabilidad de la ropa. Comprar ropa cómoda y de calidad. También, el cuidado de la ropa denota un sentido de la responsabilidad. Ser responsables en el cuidado de la ropa evita que se estropee antes de la cuenta.

1. Nuestros vestidos pueden ser más o menos lujosos, estar más o menos ajustados a las modas reinantes, y aún aparecer con mayor o menor grado de pulcritud, según que nuestras rentas o el producto de nuestra industria nos permita emplear en ellos mayor o menor cantidad de dinero; pero jamás nos será lícito omitir ninguno de los gastos y cuidados que sean indispensables para impedir el desaseo, no solo en la ropa que usamos en sociedad, sino en la que llevamos dentro de la propia casa.

2. La limpieza en los vestidos no es la única condición que nos impone el aseo: es necesario que cuidemos, además de no llevarlos rotos ni ajados. El vestido ajado puede usarse dentro de la casa, cuando se conserva limpio y no estamos de recibo; mas el vestido roto no es admisible ni aun en medio de las personas con quienes vivimos.

3. La mayor o menor transpiración a que naturalmente estemos sujetos y aquella que nos produzcan nuestros ejercicios físicos, el clima en que vivamos y otras circunstancias que nos sean personales, nos servirán de guía para el cambio ordinario de nuestros vestidos, pero puede establecerse por regla general, que en ningún caso nos está permitido hacer este cambio menos de dos veces en la semana.

4. Puede suceder que nuestros medios no nos permitan cambiar con frecuencia la totalidad de nuestros vestidos: en este caso, no omitimos sacrificio alguno por mudar al menos la ropa interior. Si alguna vez fuera viable ver con indulgencia la falta de limpieza en los vestidos, sería únicamente respecto de una persona excepcional cuya ropa interior estuviese en perfecto aseo.

5. Hay algunas personas que ponen gran esmero en la limpieza de aquellos vestidos que se lavan, y al mismo tiempo se presentan en sociedad con el traje o el sombrero verdaderamente asquerosos. La falta de aseo en una pieza cualquiera del vestido, desluce todo su conjunto, y no por llevar algo limpio sobre el cuerpo, evitamos la mala impresión que necesariamente ha de causar lo que llevamos desaseado.

6. Asimismo, descuidan algunos la limpieza del calzado a pesar de depender de una operación tan poco costosa y de tan cortos momentos; y es necesario que pensemos que esta parte del vestido contribuye también a decidir del lucimiento de la persona. La gente de sociedad lleva siempre el calzado limpio y con lustre, y lo desecha desde el momento en que el uso lo deteriora hasta el punto de producir mala vista, o de obrar contra el perfecto y constante aseo en que deben conservarse los pies.

7. No debe conservarse por mucho tiempo un mismo pañuelo. En los climas cálidos, el pañuelo destinado a enjugar el rostro debe también variarse a menudo. Las personas que por enfermedad se ven obligadas a sonarse con frecuencia, no deben conservar por mucho tiempo un mismo pañuelo. En los climas cálidos, el pañuelo destinado a enjugar el sudor debe también variarse a menudo.

8. Cuando por enfermedad u otro cualquier impedimento no haya mos podido limpiamos la cabeza, cuidemos de que no aparezca sobre nuestros hombros la caspa que de ella suele desprenderse.

9. No es reprobable la costumbre de llevar los vestidos, y sobre todo los pañuelos, ligeramente impregnados de aguas olorosas; mas adviértase que el exceso en este punto es nocivo a la salud, y al mismo tiempo repugnante para las personas con quienes estamos en contacto, especialmente cuando empleamos esencias o preparaciones almizcladas.

Ver el manual completo de Antonio Carreño.

 

Nota
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