Excesos en el comer y en el beber durante los pasados siglos. II.
En los siglos VI, VII y VIII, la embriaguez llegó en algunos puntos a tal altura, que una ley lombarda ordenó que los jueces no fuesen al tribunal sino en ayunas.
Los excesos en el comer y en el beber durante los pasados siglos.
En el siglo XII los mismos emperadores en el acto de su coronación estaban obligados a prometer bajo juramento al Sumo Pontífice que no se embriagarían.
Se supone que los vendedores ambulantes de vino en París se remontan al siglo XII, pero yo sospecho que fueron más antiguos. Cuando moría un individuo de ese gremio se le hacia un entierro solemne, no sin que los cofrades bebieran un vaso de vino en cada esquina de las que encontraban desde la casa del difunto hasta la iglesia, y se lo ofrecieran a cuantos espectadores o viandantes encontraban.
En aquel mismo siglo Pedro de Blois decía: "Si observarais a nuestros caballeros y barones cuando salen para una expedición militar, veríais los caballos destinados al transporte de los bagajes, cargados, no de hierro sino de vino, no de lanzas, sino de quesos, no de espadas sino de botellas, no de picas sino de asadores, de suerte que parecen marchar a una gran comida y no a la guerra ". Algunos hay que se disputan la gloria de ser los primeros tragones y bebedores, porque la fama de tales los enorgullece.
Todos los escritores convienen en que si durante los siglos X y XI llegó a su colmo la ignorancia, no se quedaron en zaga la corrupción, la perfidia, la embriaguez y toda clase de vicios. Guillermo de Malnefburg decía de los Daneses. La nobleza era incontinente y glotona, pero la embriaguez era el vicio común a los habitantes que pasaban el día y la noche bebiendo cuanto podían. Todas las reuniones terminaban bebiendo hasta la saciedad, y esto mismo sucedía con motivo de las festividades religiosas. La embriaguez de los cortesanos ingleses fue tan absoluta en las fiestas que el rey celebró en 946 en honor de San Agustín, que no pudieron auxiliar al rey en la lucha en que estaba empeñado con un ladrón que se introdujo en la sala del banquete.
Edgardo que subió al trono pocos años después, deseoso de prevenir aquel vergonzoso abuso, origen de tantos delitos, hizo un reglamento que merece ser citado en la historia. El uso exigía que todos los comensales bebiesen en un gran vaso que pasaba de mano en mano, y del cual cada uno bebía lo que le acomodaba. Este uso ofrecía ocasión a muchas disputas, porque los unos se quejaban a veces de que los otros habían bebido más que ellos, y otras los obligaban a beber más de lo que querían. A fin de evitar estas cuestiones Edgardo ordenó que en dichos vasos se clavasen puntas de cobre o de otro metal puestas a cierta distancia unas de otras, y prohibió con determinadas penas que ninguno bebiese u obligara a beber a otro de una sola vez más vino del contenido entre dos de esas señales.
En el mismo siglo el emperador griego Nicéforo Focas dijo públicamente al obispo de Cremona, enviado por el emperador Otón 1.° Los soldados de vuestro emperador no tienen más Dios que su vientre, y no son valientes sino cuando se trata de beber.
En ese siglo encontramos el uso de mezclar la cerveza con el vino y beber grandes dosis; en términos que se introdujo en los monasterios y vino a ser en ellos un precepto. El concilio de Aquisgrán, deseando prevenir los abusos a que podría dar lugar con el tiempo, fijó en 817 la cantidad de uno y otro licor que diariamente podría darse a las personas de uno y otro sexo. Dice así el Concilio. En un monasterio rico y situado en país abundante en vino, a cada canónigo regular se le darán cada día cinco libras de vino y a cada canóniga tres. Si el vino no abunda, se darán a cada canónigo tres libras de vino y tres de cerveza, y a cada canóniga dos libras de vino y dos de cerveza. Si no hay viñas, el canónigo tendrá una libra de vino y cinco de cerveza, y la canóniga una de vino y tres de cerveza. El concilio fijó luego otra proporción para los monasterios de mediocres riquezas, y finalmente desciende a los monasterios pobres, fijando también el vino y la cerveza que corresponde a cada uno de los canónigos.
En los siglos VI, VII y VIII, la embriaguez llegó en algunos puntos a tal altura, que una ley lombarda ordenó que los jueces no fuesen al tribunal sino en ayunas. Podríamos citar otras leyes que acreditan cuan general era ese vicio asqueroso y por todos términos aborrecible.
Parece que los banquetes fueron el principal placer de los germanos, galos, bretones y demás pueblos celtas, los cuales se entregaban a los mayores excesos cuantas veces se les presentaba oportunidad para ello. No celebraban esas naciones, dice Pelloutiér, ninguna asamblea regular, ya para asuntos civiles, ya para motivos religiosos, no se verificaba matrimonio, ni función fúnebre, ni nacimiento, ni tratado de paz o de guerra sin que hubiese una ruidosa comilona. La embriaguez estaba hasta tal punto inoculada en el ánimo de esos pueblos, que en la descripción de los bienes que su religión prometía a los guerreros, nunca quedaba olvidada la abundancia de cerveza y de otros licores.
En la actual civilización quedan ciertamente borrachos, pero este vicio está reservado a miserables indivíduos de la hez del pueblo, o a lo menos si se exceptúa los países fríos, en donde el excesivo frío parece que se resiste a la civilización. No falta quien echa en cara a la actual cultura el haber aumentado el número de los manjares y de las bebidas; mas los que tal dicen no comprenden que la multiplicidad de los gustos ha debilitado la sensibilidad y disminuido el poder de satisfacerla. Lo que se gasta en legumbres no se puede gastar en carne, y el café más inocente que el vino absorve parte del dinero que se destinaba a éste. Nuestros mayores se comían y bebían aquella riqueza que nosotros conservamos en forma de vajilla y mantelería. A medida que se aumentan los adornos de la mesa, disminuye en igualdad de circunstancias el capital que se sepulta en el estómago. El artesano que va a la tienda una vez sola para adquirir dos manteles, debe abstenerse de ir muchas veces a la hostería o a la taberna.
La decantada sencillez de nuestros mayores les aconsejaba beber en un solo vaso que iba de mano en mano; la pulidez moderna exige que encima de la mesa haya muchas botellas y que cada comensal tenga su copa. Hoy, pues, se bebe menos, precisamente porque hay más botellas y más copas, y los modernos son menos borrachos que los antiguos porque se sientan en ricos sillones, y éstos se sentaban en el suelo.
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