De los vestidos: su orden, elección y número.
Sucede con los vestidos lo que con las demás cosas: la buena colocación y la limpieza son las principales condiciones de su conservación.
De los vestidos: su orden, elección y número.
Sucede con los vestidos lo que con las demás cosas: la buena colocación y la limpieza son las principales condiciones de su conservación, habiéndose observado que las mujeres menos ricas y las más moderadas en su tocador, son frecuentemente las que mejor puestas van. La necesidad de lo que no pueden renovar sino de tarde en tarde, y la costumbre del orden que inspira y facilita por lo general una mediana fortuna; he aquí las razones de esta ventaja, que a primera vista sorprende.
El ama de casa está obligada a ostentar en su persona un aseo extremado y minucioso. Por la mañana, tan luego como concluya las ocupaciones del menaje, que ni un solo momento deberá desatender, se vestirá sin elegancia, pero siempre con limpieza, consultando el "Manual de las Damas" sobre todo lo concerniente al adorno de su persona.
Tanto los trajes de su propiedad, como los de su marido e hijos estarán guardados con el mayor orden. Los pañuelos, las camisolas y el lienzo interior se marearán y numerarán del mismo modo que la demás ropa blanca. Los vestidos de seda, los de guarnición, y generalmente los de toda clase se colgarán, si es posible, en perchas fijadas en un gran rincón o esquina de la casa, prefiriéndose como es consiguiente un gabinetito o pieza ropero exactamente cerrada, sobre cuya puerta por la parte de adentro se colocará una cortina de tela común. Este gabinete, guarnecido de muchas hileras de perchas un poco desviadas unas de otras, y de tablas o entrepaños, podría servir muy bien para guardar los vestidos, cuellos, gorros de vestir, etc., y sería de una comodidad inapreciable, sobre todo, estando inmediato al cuarto habitación de la señora, pudiéndose limpiar por completo dos veces al año después de haber sacado todos los objetos que contuviese. En otro esquinazo o ángulo de la casa, menos cuidado, o en el gabinete de tocador, debe haber también perchas para colgar ropa y demás efectos porque sobre todo importa evitar que éstos se hallen amontonados en las habitaciones. Bueno es tener además algunas maletas que cierren bien, para guardar durante el verano los objetos de invierno y viceversa.
De cualquier clase que sean los vestidos, deben sacudirse y doblarse cada vez que se quiten. Este cuidado es indispensable sobre todo al acostarse, y a él conviene acostumbrar a los niños tan luego como tengan edad suficiente para hacerlo.
Así como una mujer hacendosa procurará tener bien surtida de lienzo su casa, así por el contrario, el número de sus vestidos, sombreros y otros objetos de lujo debe ser limitado, porque cambiando continuamente las modas, no tardarían en hacerse antiguos y ridículos. En vano, por más diestra que fuera, se esforzaría en mudar sus formas, toda vez que estas varían manifiestamente de un extremo a otro, permiten a veces pocas composturas, y además, aunque saliese bien su renovación, la tela no sería ya el uso admitido.
Ocho a diez vestidos, según las salidas o visitas que hayan de hacerse, son más que suficientes a nuestro juicio para que una mujer pueda componerse de modo que parezca bien.
A pesar de esta restricción, como las modas cambian antes que los vestidos se hagan viejos, y como éstos solo se gastarán en parte, y es menester saber sacar partido de todo, el ama de casa arreglará los talles o cinturas y las guarniciones, y de las faldas cortará vestidos para sus niños, aprovechando los pedazos que podrían desteñirse en la lejía, para hacerse pañuelos de cuello de mujer, gorros, etc. A fin de no desperdiciar nada, proporciónese cuantos patrones pueda, corte otros iguales, escribiendo en ellos algunas notas o apuntes sobre el objeto a que se destinen o que representan, ponga señales en las partes de que consten, porque llega un tiempo en que apenas se conocen, y ordénelos todos cuidadosamente en una casa de cartón rotulada, colocándolos con los pedazos o retales de tela y de lienzo, cuyos líos conservará siempre, entresacándolos con cuidado y haciendo de cada clase un paquete atado con un cordón y rotulado también con letras gordas.
Antes de adoptar cualquier moda, espere a que se establezca; y cuando por sí sea ridícula, aguarde a que el uso se haya hecho ya necesaria, porque sucede que ciertas modas extravagantes solo duran un mes; y luego es imposible usar las cosas que han costado demasiado caras. Por último, procure no incurrir en la manía de deshacer y volver a hacer sin cesar los gorros, cuellos, etc., pues como la moda y el capricho varían a cada paso, el tiempo se gasta y la tela se desperdicia en estas mudanzas o reformas pueriles, que traen consigo no poco trabajo y gastos, hacen descuidar el gobierno de la casa, y desangrando con razón al marido, producen con frecuencia disgustos e incomodidades.
El ama de casa cuidará de la ropa de su esposo, dándosela ella misma limpia dos veces a la semana, instándole a que se acostumbre a mudarse de camisa por la noche, y obligándole a ponerse camisón o cuello cuando el de aquella no esté enteramente limpio. Cuidará también de que la ropa de paño se cepille y varee todas las semanas, y por las mañanas procurará que los criados, al levantarse y antes de arreglar las habitaciones lustren con mucha finura los zapatos que han llevado el día antes, y vayan siempre los más limpios que sea posible.
Para su tocador tendrá una hora fija, que será la que inmediatamente sigue al desayuno, a fin de que este ratito de descanso ayude la digestión. Mientras la niñera se desayuna también o levanta la mesa, la señora se limpiará los dientes, se peinará con cuidado y hará que la vistan, guardando en todo la mayor regularidad.
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