
Aplicación de los preceptos de Cortesía en todas las ocasiones.
Si hemos de ser corteses con nuestros iguales con una Cortesía amistosa, es menester serlo aun más con aquellos, que tengan alguna cualidad mayor.
De la aplicación de los preceptos de Cortesía en todas las ocasiones.
Resta todavía que decir, que aunque este Tratado esté dividido en Capítulos para guardar algún orden, no se sigue de ahí, que se haya de practicar la Cortesía rigurosamente a la letra y del mismo modo, que en cada uno de ellos va dispuesto; no debe entenderse así; sino que estos preceptos, en general, los has de tener presentes para ser cortés en todas ocasiones y no tomar la falsa urbanidad por la verdadera.
Se han de aplicar estas reglas con discreción y observar algunos grados; pongo por ejemplo, si hemos de ser corteses con nuestros iguales con una Cortesía amistosa, es menester serlo aun más con aquellos, que tengan alguna cualidad mayor, que nosotros, aunque no haya gran diferencia; y si lo somos con estos, es consiguiente que lo seamos aun mas con los de una cualidad muy superior a la nuestra; pues entonces la Cortesía se hace obligación. Esta obligación cumpliremos regularmente, si nos acordamos de guardar la urbanidad, que hemos señalado en cuanto a las personas, en cuanto al tiempo, en cuanto al lugar.
Pero para ver de una vez, si cuando nos hallamos en la ocasión, estamos en estas observaciones, y prevenir así mismo muchas irregularidades, que causan molestia, no tenemos mas que observar una regla breve, e infalible, que lo comprende todo.
Esta es, de considerar el efecto del precepto con el precepto mismo. Algunos ejemplos nos lo darán, tal vez, a comprender mejor. Uno de los preceptos para la mesa es en algunos Países el no descubrirte estando los demás cubiertos. Sobre este principio, un particular, por ejemplo, que se hallase en la mesa de un Príncipe, o de un gran Señor y con ánimo de obligarle, bebiese a su salud, no faltaría a la Cortesía, quedando cubierto; pero considerad, qué efecto produciría el ver un hombre de una cualidad tan distante y que efectivamente debe estar con sumo respeto, inmóvil, como sobre un pedestal, mientras que el Príncipe, o el gran Señor le honra de aquella manera. Este absurdo salta a los ojos, y así no debe observarse el precepto en esta ocasión, y es necesario descubrirse, haciendo una conveniente inclinación; pues por estas mismas acciones, que son fuera de las reglas, se manifiesta más el respeto y el rendimiento. Sin embargo, el uso común es estar siempre descubiertos en la mesa; y así en caso semejante al que dejamos dicho, te has de inclinar respetuosamente.
Del mismo modo, hallándote en la mesa con personas, a quienes se les debe alguna diferencia o antelación, y a quienes, por consiguiente, deberías servir antes de servirte a tí, para cumplir con el precepto de Cortesía, que así lo prescribe, sería, por ejemplo, cosa ridícula, si una persona de esta calidad, pidiendo pan, como sucede a menudo, cortándoselo del que se hubiese empezado a cortar el día antes, le presentases el primer pedazo, que sería duro y seco, y guardases para ti el pedazo, que se seguiría, que sería tierno, por no faltar al precepto.
Es así mismo, precepto de Cortesía dejar pasar primero a la persona, que queremos honrar; pero si, por ejemplo, se hubiere de pasar un charco de agua y lodo, fuera cosa muy ridícula permitir que aquella persona pasase primero y que la fueses siguiendo salpicándola de agua y de lodo, honrándola así, por no faltar al precepto.
Es menester, pues, para aplicar juiciosamente en todas ocasiones las reglas, que hemos señalado, mirar el precepto; y si el efecto de él produjese alguna indecencia, corregirle, y rectificarle por el sentido común; porque de otra suerte nuestra Cortesía sería notoria incivilidad.
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