I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XV.
El penúltimo jalón en el camino. La generalización de la educación.
Por último y antes de dar por concluida esta sección me gustaría hacer referencia a un nuevo hábito estrechamente relacionado con la higiene y que comienza a merecer la atención de quienes se dedican a escribir sobre buenas maneras. Se trata del hábito de fumar. En lo relativo al consumo de tabaco ya Urcullu alude al mismo cuando éste, por la nariz, se consume en la mesa. El autor se manifiesta contrario a esta costumbre por motivos de consideración hacia los comensales, que podrían estornudar en el caso de verse alcanzados por el polvo del tabaco (Urcullu, 1897:164). Inicialmente -comienzos de siglo XX- no existe un consenso higiénico en torno al hábito de fumar. De hecho se sostiene que el tabaco posee propiedades medicinales positivas (De Miguel, 1991:187). Paulatinamente, comienzan a acotarse los espacios en los que está permitido fumar:
"Hay que recomendar a los hombres que no fumen nunca en la mesa y mucho menos entre plato y plato. Es una falta de atención a las señoras, aunque éstas sean sus mujeres, madres o hijas... En España, a pesar de la legendaria galantería de sus hijos, se fuma en todas partes; pero un hombre bien educado no cometerá esta falta, por lo menos en la mesa, aunque se encuentre en familia" (Garcia de Giner, Laura; El Hogar y el trato social; citado en De Miguel (1991:189). [Amando de Miguel no señala ni editorial ni fecha ni lugar de publicación de esta obra. Tampoco aparece en la bibliografía que sobre manuales de buenas maneras confeccionan Simón Palmer y Guereña]).
El fumar es un hábito de varones que deben mostrar una deferencia cortés y galante cuando se encuentren con miembros del sexo opuesto aunque esta deferencia pudiera 'relajarse' en caso de que se tratasen de miembros de la propia familia. Aquí todavía no se emplea un argumento higiénico para restringir el consumo de tabaco. Sin embargo, en "El Libro del Saber Estar" de Camilo López, lo higiénico ya es considerado la piedra angular sobre la que descansa la restricción del fumar, hábito tildado de antihigiénico sin reparos (López, 1990:30). El hecho de que la persona mine su salud de esa manera no significa que los demás también tengan que hacerlo como fumadores pasivos que inhalan los humos que genera el fumador. En aras de una conducta respetuosa con el prójimo y con vistas a no perjudicar su salud, se prescribe el no fumar en lugares cerrados, el pedir permiso antes de fumar a los posibles acompañantes con el objeto de no ocasionarles molestias, el dirigir el humo hacia sitios neutros en donde no se moleste a nadie, el apagar a conciencia la colilla cuando se haya terminado el cigarro o el abstenerse de tabaco en comidas o visitas a enfermos (López, 1990:31).
De cualquier modo, aun en el caso de que la persona fume, y pese a ser considerado absolutamente antihigiénico, las buenas maneras contemplan un protocolo de comportamiento que debe ser observado: en casa ajena únicamente se fuma cuando el anfitrión ofrece al invitado un cigarro y en grupo, serán los varones quienes ofrezcan fuego a las mujeres y los jóvenes a los mayores (López, 1990:31). Este protocolo de buenas maneras se complica cuando es la mujer quien fuma pero se ha quedado sin tabaco. En este caso, la mujer ha de decirle a su acompañante masculino que no tiene tabaco a fin de que éste consiga remediar esa carencia comprando. La mujer no debe dirigirse con este fin al camarero a no ser que esté sola o acompañada de otra mujer (Devalls, 1986:60).
He tratado de mostrar a lo largo de estas páginas el papel que juega la higiene y los argumentos esgrimidos en su nombre en al ámbito de las buenas maneras. El argumento higiénico como justificación de las coacciones que operan sobre la conducta están dotados de la legitimidad científica que les confiere apoyarse en conocimientos médicos, biológicos o fisiológicos validados por la comunidad científica y de amplia aceptación social. Son por ello, argumentos objetivos que, teóricamente, no admiten discusión y de carácter no valorativo o especulativo. Por ello prescriben con exactitud qué es lo que debe hacerse, más allá de consideraciones sobre el rango social; consideraciones que hasta la llegada del código de la civilización resultaban imprescindibles para aprehender la lógica de las buenas maneras. La higiene es ya un requisito exigible a cualquier tipo de persona; es una suerte de pre-requisito básico que debe satisfacerse en la vida social y que en caso de que no ocurriese así podría conllevar la exclusión de la persona. De forma tajante se pronuncia al respecto Camilo López en "El Libro del Saber Estar" cuando afirma que "no debiera tener cabida en nuestra sociedad ninguna persona que no respete los mandatos mínimos de la higiene elemental" (López, 1990:39-40).
5.2.3. Anacronismos civilizatorios.
Pese a que el código de la civilización es un código de carácter eminentemente burgués, pensado por y para la burguesía y convenientemente adaptado y dosificado para las clases populares, mantendrá elementos y ribetes de cariz aristocrático. Este cariz aristocrático provocará que algunos de los preceptos ofrecidos en los manuales de urbanidad y buenas maneras resulten desajustados respecto al tiempo en que son publicados; esto es, que resulten anacrónicos evocando un universo social -el estamental- que se ha desvanecido sustituido por otro, el clasista, de preponderancia burguesa y de creciente protagonismo de las clases populares y medias. Esta evocación de lo aristocrático y su consiguiente deriva hacia el anacronismo se hace extremadamente visible durante el periodo franquista y resulta significativo su mantenimiento a lo largo de los años 50, 60 y 70, momentos en los que ya han comenzado a fraguarse la literatura de autoayuda, configuradora del siguiente código y carente de cualquier revestimiento aristocrático.
Los diferentes preceptos de buenas maneras contenidos en muchas de las publicaciones del periodo franquista mantienen versiones aristocratizantes de determinados comportamientos y formas de actuación que aún se entienden válidos y aceptables en el ámbito familiar, en las relaciones sociales, en los convites o en la calle. En términos generales vienen a ser el trasunto de una sociedad de acusada jerarquización y rígido dominio ideológico por parte del poder político, reivindicador constante de un pasado histórico glorioso; un pasado estático que se añora y que de algún modo se trata de trasladar al presente (Con todo, esta evocación del pasado hubo de conjugarse con una retórica revolucionaria nacionalsindicalista que propugnaba avances sociales relevantes. Al respecto de esta retórica revolucionaria, de ella son fiel ejemplo los manuales para educación de las niñas de la Sección Femenina. Valga como muestra la siguiente afirmación de Carmen Werner, autora de Convivencia Social (Formación familiar y social) (1958) a requerimiento de la Delegación Nacional de la Sección Femenina, en la que apuesta por la validez de la educación como bien extensible a todo el conjunto de la sociedad: "La buena educación no es patrimonio de una clase social determinada; debe ser común a todo el mundo". Werner (1958:49). Sobre la educación en el periodo franquista puede consultarse a título general Navarro Sandalias (1990) y desde una perspectiva no académica aunque llena de lucidez, potencial ejemplificativo e ironía, véase Sopeña (1994)).
Muestras de esta actitud aristocratizante que sueña aún con la idea de caballero o dama propugnada por los manuales de buenas maneras del franquismo los encontramos, por ejemplo, en la compostura que debe observarse ante el servicio doméstico. Persiste la concepción de que son la desconfianza y la distancia las características que han de presidir la relación entre el dueño/a de la casa y el servicio perteneciente a la misma. A la vez, se insiste en la idea de que tal servicio doméstico, de procedencia popular y rural, se instruye, educa y civiliza al entrar a servir en una casa (De Miguel, 1991:41) (En un manual que lleva por título Urbanidad, elaborado por las Religiosas de Jesús y publicado en 1955 se afirma que "el servicio debe hablar a los señores en tercera persona, tratarlos con sumo respeto y al mismo tiempo con filial confianza, exponiéndoles con sencillez sus necesidades y las de su familia" Citado en De Miguel (1991:41)).
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. I.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. II.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. III.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. IV.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. V.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. VI.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. VII.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. VIII.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. IX.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. X.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XI.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XII.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XIII.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XIV.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XV.
- I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XVI.
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