Del modo de conducirnos dentro de la casa. Reglas diversas
Evitemos cuidadosamente que se nos oiga nunca levantar la voz en nuestra casa. La armonía debe reinar dentro de casa en todas las conversaciones
Consejos que para que la convivencia dentro de casa sea cordial y pacífica
Reglas de urbanidad para conducirse dentro de la casa, según el manual de Carreño
Cuando seguimos las normas establecidas para una buena convivencia en el hogar, todo suele marchar sobre ruedas. Cada miembro de la familia sabe cuáles son sus obligaciones y responsabilidades. Comprenden que las normas ayudan a prevenir conflictos y a solucionarlos de manera más efectiva cuando surgen. La convivencia, en ocasiones, no es fácil por la diversidad de caracteres de cada persona. Todos somos distintos, pero todos podemos adaptarnos y seguir unas reglas de convivencia.
Seguir unas normas dentro de casa, es una forma de enseñar habilidades sociales importantes para la vida. No únicamente se aprenden habilidades, sino valores y conceptos tan importantes como el respeto, la responsabilidad y la cortesía, entre otros. Desde pequeños se puede enseñar a ser responsables de sus propias acciones y a ser conscientes del impacto que sus acciones tienen en los demás. Es decir, que todas las acciones tienen consecuencias. Y no siempre pueden ser buenas.
1. Evitemos cuidadosamente que se nos oiga nunca levantar la voz en nuestra casa, a lo cual nos sentimos fácilmente arrastrados en las ligeras discusiones que se suscitan en la vida doméstica, y sobre todo cuando reprendemos a nuestros inferiores por faltas que han llegado a irritarnos.
2. La mujer se halla más expuesta que el hombre a incurrir en la falta de levantar la voz, porque teniendo a su cargo el inmediato gobierno de la casa sufre directamente el choque de las frecuentes faltas que en ella se cometen por niños y domésticos. Pero entienda la mujer, especialmente la mujer joven, que la dulzura de la voz es en ella un atractivo de mucha más importancia que en el hombre: que el acto de gritar la desluce completamente; y que si es cierto que su condición la ‘somete bajo este respecto, así como bajo otros muchos, a duras pruebas, es porque en la vida no nos está nunca concedida la mayor ventaja sino a precio del mayor sacrificio.
3. La mujer debe educarse en los principios del gobierno doméstico, y ensayarse en sus prácticas desde la más tierna edad. Así, luego que una señorita ha entrado en el uso de su razón, lejos de servir a su madre de embarazo en el arreglo de la casa y la dirección de la familia, la auxiliará eficazmente en el desempeño de tan importantes deberes.
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4. Tengamos, como una regla general, el servirnos por nosotros mismos en todo aquello en que no necesitamos del auxilio de los criados o de las de más personas con quienes vivimos; y no olvidemos que la delicadeza nos prohíbe especialmente ocurrir a manos ajenas, para practicar cualquiera de las operaciones necesarias al aseo de nuestra persona.
5. No aparezcamos habitualmente en las ventanas que dan a la calle, sino en las horas de la tarde o de la noche, en que ya han terminado nuestros quehaceres del día. Una persona en la ventana fuera de estas horas se manifiesta entregada a la ociosidad y al vicio de una pueril o morbosa curiosidad, y autoriza a sus vecinos para creerse por ella fiscalizados.
6. La ventana es uno de los lugares en que debemos manejarnos con mayor circunspección. En ella no podemos hablar, sino en voz baja, ni reírnos, sino con suma moderación, ni llamar de ninguna manera la atención de los que pasan, ni aparecer, en fin, en ninguna situación que bajo algún respecto pueda rebajar nuestra dignidad, y dar una idea desventajosa de nuestro carácter y nuestros principios.
7. En ninguna hora es decente ni bien visto que una mujer aparezca habitualmente en la ventana a solas con un hombre, sobre todo si ambos son jóvenes, sean cuales fueren las relaciones que entre ellos medien, a menos que sean las de padres e hijos, hermanos o esposos.
8. La prohibición contenida en el párrafo anterior, con las excepciones en él indicadas, se extiende a la sala y a las demás piezas de recibo, donde tampoco es lícito para una mujer, en ninguna circunstancia, aparecer conversando a solas con un hombre, y menos aparecer habitualmente al lado de un sujeto determinado, cuando existen delante personas extrañas. Aun entre esposos, como en su lugar se verá, están prohibidos estos signos de preferencia a la vista de los extraños.
9. Evitemos el leer en la ventana, para que los que pasan no crean que hacemos ostentación de estudiosos o aficionados a las letras.
10. Es altamente descortés conversar en la ventana al acto de pasar una persona por la calle, de manera que pueda pensar que nos referimos a ella; y lo es todavía mucho más reírnos en ese acto, aun cuando nuestra risa sea muy inocente y no tenga ninguna relación con la persona que pasa.
11. También es descortés el fijar la vista en las personas extrañas que pasan por delante de nuestras ventanas; siendo necesario declarar, para que sirva de oportuno aviso a los jóvenes que se educan, que en las personas de su sexo es todavía más reprobable esta costumbre.
12. Cuando señora está en su ventana y pasa un caballero de su amistad, tan solo puede dirigirle una mirada de frente para autorizar su saludo, pues toca siempre al caballero saludar primero.
13. El hombre que se encuentra en su ventana no debe saludar a una señora de su amistad que pasa por la calle, si esta no le autoriza para ello dirigiéndole una mirada de frente.
14. Cuando una señorita se encuentre sola en su ventana, y algún amigo de la casa que ignore los deberes de la buena sociedad, se detuviere por afuera para conversar con ella, empleará todos los medios que estén a su alcance para que el amigo entre o se retire.
15. Cuando sepamos que una persona de consideración se encuentra en nuestros umbrales, por cualquier motivo que le haya obligado a suspender su marcha, la excitaremos a pasar delante, y le haremos todos los honores debidos a una visita de etiqueta. Terminado este acto, terminan también completamente nuestras relaciones con la persona introducida.
16. Cuando pase el Viático por nuestra casa, suspendamos por algún rato toda diversión, toda conversación, todo acto que se oponga al recogimiento que debe siempre inspirarnos la presencia de la Majestad Divina, y la triste contemplación de un moribundo que viene entonces a ofrecerse a nuestra mente; y cuando esto ocurriere entrada ya la noche, iluminemos decentemente nuestras ventanas, conservando en ellas las luces hasta que la procesión se haya alejado.
17. Cuando en nuestra casa ocurra un accidente desgraciado, tal como la muerte, no abramos nuestras ventanas, ni salgamos a la calle en algunos días. El número de estos días nos lo indicará nuestro estado de dolor, y la importancia del accidente, o de la persona que hemos perdido; pero tengamos por regla, que en los casos de muerte, estas privaciones no podrán durar por menos de ocho días.
18. Puede suceder que de nuestra casa haya de salir el entierro de una persona que no haya habilitado ni muerto en ella, y con lo cual no nos haya ligado ningún vínculo de parentescos ni de especial amistad. En este caso, el decoro exige que guardemos algunos fueros a la triste visita que hemos tenido; y bien que no nos privemos de salir a la calle, cerraremos nuestras ventanas y omitiremos todo signo de alegría, por un número de días que nos indicarán siempre las circunstancias del difunto y de sus allegados.
19. Si en el caso del párrafo anterior, el difunto hubiera sido un pariente o amigo nuestro, entonces no solo serán mayores nuestros miramientos, sino que vestiremos de luto las piezas de recibo de nuestra casa, en la forma y por el tiempo que estén establecidos por el uso general de la sociedad.
20. Siempre que alguno de nuestros íntimos amigos se encuentre en un conflicto de naturaleza grave, omitiremos en nuestra casa toda demostración exterior de alegría; y en el caso de muerte, nos someteremos a la misma privación en los días inmediatos, y aún cerraremos en ellos nuestras ventanas.
21. Cuando la sociedad en que vivimos o una parte considerable de ella, sufra una pena intensa, o se encuentre amenazada de algún peligro, omitiremos igualmente todo acto que nos haga aparecer contentos y satisfechos, por muy exentos que estemos nosotros, nuestra familia y nuestros amigos de la aflicción que a los demás aqueja.
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