
Protocolo del verano: los pantalones cortos
Abominad de la moda funesta de enseñar las pantorrillas. Pensad que el caballero elegante no es el que se viste de lo último por emulación, sino por criterio
bobbi vie
La "elegancia" de los pantalones cortos
¿Veís a aquel pulido caballero, puesto, como se decía antiguamente, "entre la palmeta y el barbero", que con desenvuelto porte, gafas encordonadas tras la nuca y móvil operativo, camina por la calle perfilando aquí un saludo, allá una sonrisa evanescente?. Si lo miramos a la cara todo en él rezuma la gravedad de su oficio: Registrador de la Propiedad en Alcalá. Pero, cuidado, si queréis que se mantenga intacto ese halo de respetabilidad mantened ahí la mirada, porque bajándola llegaréis a unos pantalones cortos que dejan ver unas piernas blancas, indefensas y mustias, como de cigarrón de los caminos, que quitan al personaje toda dignidad y decoro.
Meditad sobre esto, hombres que me leéis. Abominad de la moda funesta de enseñar las pantorrillas. Pensad que el caballero elegante no es el que se viste de lo último por emulación, sino por criterio. El arbiter elegantiarum toma su sitio en el escenario social con la facilidad desenvuelta de quien se siente parte de él, no de quien lo construye.
Nadie culto y de exquisito gusto se pondrá jamás pantalones cortos, porque así se vestía en la "Commedia dell'arte" al avaro Pantaleone (que dio nombre a la prenda) para hacerlo parecer ridículo ante los espectadores.
Engin_Akyurt - Pixabay
Pero, ay, todo mal es susceptible de empeorar. Me consulta mi sobrina Carlota de la Calle, sobre qué hacer si la invitan a salir y aparece el pretendiente enfundado, no en pantalones cortos, sino en uno de esos que acaban justo bajo la pantorrilla. Por no improvisar he consultado mis libros de Protocolo y la doctrina es pacífica:
debe sancionarse con la retirada del saludo tanto a quien vista de tal guisa como a su acompañante. A uno por esteticida y a otro por indulgente.
Ahora bien, si además de la afrenta del pantalón, el individuo se presenta con riñonera y sandalias como las que, según las ilustraciones de los libros de Historia Sagrada, calzaba San Juan Bautista al cruzar el Jordán, lo prescrito es -y tal ha sido mi dictamen- darle un portazo en las narices a la vez que se simula una arcada. Eso, y borrar para siempre su teléfono de nuestra agenda.
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