Fundamento cosmológico de las buenas maneras
La vida está llena de pequeños detalles que merecen especial estudio y atención
Las buenas maneras y la gestualidad humana
Las múltiples manifestaciones de reverencia y respeto, el saludo y el diálogo, el apretón de manos, el beso, el abrazo, el amor físico...
Julia Herrera de Salas, en su didáctico ensayo Gracias, Alma, efectúa un fino análisis de las señales que constantemente nos dirige la inmensidad que cohabitamos. Particularmente en su capítulo segundo, titulado Mensajes del Universo, nos enseña a Aprender a observar, nos ilustra acerca de los Símbolos del universoy nos alecciona sobre "La responsabilidad" que nos incumbe en el persistente afinado de nuestra calidad perceptiva, de la sutileza requerida para captar las múltiples señales de nuestro entorno cósmico (las expresiones entrecomilladas reproducen los títulos de las tres secciones del capítulo referido).
El "delicado arte de tomar decisiones" requiere tiempo, reflexión, sutileza... y fundamentalmente prestar atención al "abanico de informaciones internas y externas" de la unidad que conformamos con nuestro entorno cósmico:
La vida está llena de pequeños detalles que merecen especial estudio y atención. Ellos nos ayudan a conocer o prevenir el desenlace de situaciones que están en vías de solución, ya sea positiva o negativamente. El universo se comunica de diferentes maneras con el hombre, entre las que figuran los comportamientos y rituales de cada cual, así como los hábitos y costumbres cotidianos en los que se manejan diferentes informaciones ocultas. Es posible que una persona al levantarse haga girar su brazo derecho y en redondo diez veces seguidas. Evidentemente moverá la energía de diversos músculos pudiendo estar uno de ellos afectado, pero el sujeto lo ignora. Sin embargo, ese movimiento puede resultar ante la opinión del entorno un tanto maniática u obsesiva, pero ese rito será un acto diario e imprescindible para el equilibrio emocional de nuestro protagonista.
Son pocas las ocasiones en las que nos planteamos cuáles son las causas que nos conducen a tomar ciertas decisiones; hacer una compra aunque no sea necesaria, o hacer un obsequio, aunque consideremos que esa persona no lo merece en ese momento.
Detenerse y recapacitar sobre aquellos actos que ejercemos de forma espontánea y natural, o aquellos movimientos sociales que vemos como lógicos, es lo que nos aportará información propia y del entorno.
- HERRERA DE SALAS, Julia, "Gracias, alma", (Madrid, edición personal, 2007), pp. 73 ss.
Tras advertir que "en el mundo emocional hay registrados diferentes códigos" capaces de activar alarmas premonitoras, Julia Herrera analiza una serie de ejemplos de nuestro universo simbólico: la rosa, "esa bella y deseada flor" que "siempre lleva implícito el agradecimiento o el deseo de felicidad" -y con su tallo revestido de espinas nos induce a movernos con tacto y atención-; las alianzas representativas de compromisos sentimentales o valores atesorados en secreto (aros en dedos anulares y en orejas); el café cuyo aroma y profundo sabor es propicio para sellar en nuestro paladar y olfato la evocación de encuentros entrañables o eventualmente dolorosos; el abrazo -sobre el cual me explayaré enseguida-; los versos o prosa que manifiestan "el amor u otros sentimientos relacionados con las emociones"; la fotografía, que sólo precisa de una cámara oscura para iniciar un proceso análogo al que ocurre en nuestro interior, apto para impregnarse de cuantas sensaciones recibe; la grúa anunciadora de cierres de situaciones personales; la pérdida de joyas figurativas de rupturas o separaciones sentimentales; el extravío de prendas íntimas al tiempo de pretender reanudar una relación amorosa; el helicóptero de aspas ruidosas y portadoras de noticias sobre temas pendientes en nuestro contexto emocional.
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En lo que respecta al abrazo -expresión sublime de la gestualidad humana-, Julia Herrera escribe:
El abrazo es una sencilla muestra de amor que lleva implícita intimidad, confianza, cariño y, cómo no, el placer de disfrutarlo. Todos tenemos la facultad de abrazar, pero no todos sabemos hacerlo, pues hay muchas personas a las que no les enseñaron a tocarse.
Tu pecho contra mi pecho, ahí es donde habitan los motores de la vida física: el corazón en dulce fuego. En política también se abraza, cuando se quiere demostrar afecto y complicidad. Pero también existen los abrazos de la hipocresía.
--Ibíd., p. 75.
En mi precedente artículo Voz sagrada del Cosmos y magisterio de los pequeños, de base empírica -condensa la maduración reflexiva de mi aprendizaje de más de cinco años con el nieto de igual edad con quien convivo-, meditado a la luz de la actual crisis ecológica y esclarecido con aportes de Thomas Berry (recientemente fallecido), me referí a la acuciante necesidad de "repensar la totalidad de nuestras instituciones humanas". Nuestra responsabilidad no se reduce a velar con fervor y respeto por la pervivencia de nuestro hábitat cósmico -señalé-; implica además aguzar nuestra calidad perceptiva, "no sólo para ver la maravilla de cuanto nos rodea e incluye, sino también para oír, con toda la acuidad y pasión de que seamos capaces, la voz sagrada del cosmos que viene de lejos y de alguna manera se 'antropomorfiza' para ser captada por nuestros sensores". La aptitud para escuchar el llamado telúrico no sólo es necesaria para nuestro equilibrio emocional, sino también para nuestra subsistencia como especie. De ahí que Julia Herrera resuma su precedente análisis en el siguiente párrafo enfatizado:
Todos unidos somos el motivo de la existencia del hombre, y todos formamos parte de una ley universal en la que está envuelta la información necesaria para el ser humano.
En este punto, el pensamiento de Julia Herrera entronca con el de Thomas Berry -quien destaca la radical unidad del ser humano con todo cuanto existe- y con la necesidad por mí señalada de "profundizar en el 'mensaje' gestual o no verbal del misterio temporal en el que estamos inmersos". Una de cuyas manifestaciones es precisamente el abrazo, estrechamente ligado, como veremos enseguida, a la atracción gravitatoria.
Gilbert Keith Chesterton, en su magistral obra Ortodoxia, fustigaba la incapacidad de diferenciar repeticiones extrañas de hechos misteriosos y "leyes físicas" o relaciones necesarias entre diversos fenómenos. Si la manzana madura cayó sobre la nariz de Newton, ésta recibió su impacto: he aquí una relación necesaria, no imaginable de otra manera. Mas si la manzana hubiera desviado su trayectoria para golpear otra nariz hacia la cual sintiera una aversión más pronunciada, nuestra imaginación nada tendría que objetar. Así argumentaba jocosamente Chesterton. La formulación que al respecto efectuara Newton no constituye propiamente una ley física, sino la descripción matemática de un hecho misterioso. Tan sorprendente es que la manzana abandone el árbol como que llegue al suelo, y no es sensato establecer una conexión filosófica necesaria entre ambos sucesos. Dos fenómenos igualmente enigmáticos no configuran una respuesta comprensible.
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A fuerza de objetivar todo y dar por "naturales" los prodigios que acontecen en nuestra cotidianidad, terminamos concibiéndonos a nosotros mismos como centro de referencia de un universo "necesario", cual si poseyéramos consistencia ontológica propia. Esta visión egocéntrica -advierten los maestros- es la raíz de la ignorancia, la decepción y el desencanto. Por el contrario, la sabiduría, el entusiasmo y el gusto de vivir son fruto de la aniquilación de nuestro ego; de la alerta expectante y la imaginación aguda, recursos privilegiados de los pequeños. Éstos siempre están abiertos a la percepción novedosa de la maravilla cósmica; son quienes mejor comprenden, verifican e instigan a verificar, no precisamente la teoría de la "gravitación universal", sino la simbología profunda del "corazón en dulce fuego". Así como el amor humano no es concebible sin referencia directa a nuestros sentidos, asimismo la aprehensión de nuestra radical unidad con todo lo existente no puede quedar enmarcada en formulaciones conceptuales o en descripciones matemáticas. Sin demérito de éstas, es preciso que "los motores de la vida física" movilicen las aspas de nuestros sensores. Las entrañables sensaciones que experimenté junto al regazo materno las revivo de continuo cada vez que mi nieto corre presuroso a abrazarme.
Si bien es cierto que la investigación científica debe despojarse de contenidos axiológicos para funcionar adecuadamente -y esto se conciencia con más claridad hoy que en la época de la Ilustración-, Einstein enseñaba que la religiosidad cósmica constituye su resorte más poderoso y noble. En sintonía con su pensamiento, para apreciar los hechos misteriosos como tales y no interpretarlos como leyes físicas necesarias hemos de abrevar en cuentos de hadas antes que en sesudos tratados -propuesta recurrente de Chesterton retomada en mi artículo precitado-, y profundizar en la expresividad de nuestro hábitat cósmico enfatizada por Thomas Berry:
El comienzo del universo no fue una humareda homogénea, sino más bien constelaciones de energía articuladas en una unidad inseparable. Las partes del universo se diferencian externamente, se articulan internamente y se unen en una amplia relación de cada partícula con todas las demás. Hay algo muy importante acerca del inicio del universo tal como lo conocemos ahora. Lo considero una revelación maravillosa, porque nos dice algo de las fuerzas que impulsaron su aparición.
Trataré de explicarlo. En el comienzo está, esa fuerza expansiva, diferenciadora, y las entidades articuladas emergentes, lo que ocurre poco después de la radiación primordial. De inmediato aparece la gravitación y las cosas se agrupan en una profunda relación. De modo que tenemos dos fuerzas al comienzo del universo: un proceso emergente de diversificación, especie de explosión, y luego un proceso de contención. Es muy importante la atracción que todo ejerce sobre todo lo demás. Nadie sabe en qué consiste esta atracción. Isaac Newton (1642-1727), que formuló las leyes de gravitación, ignoraba qué era todo esto. Estableció las leyes de esta atracción, pero no sabía en qué consistía, y aún nadie puede decirnos qué es la gravitación. Pero sí sabemos que las fuerzas atractiva y explosiva constituyen la llamada curvatura del universo. Todo lo que existe lo hace en este contexto, la curvatura del espacio. Si la velocidad de emergencia hubiera sido una trillonésima de fracción más rápida o más lenta, el universo se habría desplomado o explotado. Debía ser precisamente la trillonésima parte de un trillón. ¿Por qué? Porque la curvatura del universo tenía que permitir que éste siguiera expandiéndose sin desplomarse ni explotar. Así, tenemos un universo unido, pero no tanto como para ahogar su expansión y creatividad. Si la atracción sobrepasa la expansión, se desploma. Y si la expansión supera la atracción, explota.
Esta curvatura del espacio la he llamado "la curva compasiva" del universo, o la curva compasiva que abraza al universo. ¿Qué hacemos al encontrarnos con otros? Nos acercamos y abrazamos. Este abrazo refleja la curvatura del universo. Hablamos del pensamiento reflexivo de la mente, porque somos el tipo de seres en que se refleja el universo. ¿Qué es ese reflejo? Es la expresión de la curvatura del universo en la inteligencia humana. Es la curvatura del universo que regresa sobre sí misma. Si no fuera por ella, no habría reflejo humano. No habría afecto humano sin la atracción gravitacional. La gravitación, inherente a este proceso, une todo en forma tan estrecha que nada puede separarse de nada. La alienación es un imposible, un imposible cosmológico. Podemos sentir alienación, pero jamás estar alienados.
Otro elemento importante en este proceso es la relación del origen. En el universo, todo está genéticamente emparentado con todo lo demás. Hay literalmente una familia, un vínculo, porque todo desciende de la misma fuente. En este proceso creativo se originan todas las cosas. En la tierra, todos los seres vivos derivan claramente de un solo origen. Literalmente nacemos como comunidad; árboles, aves y todas las criaturas vivas están unidas en una sola comunidad de vida. Esto nos da la sensación de pertenencia. La comunidad no es un sueño ni algo que podría ser hermoso. Literalmente somos una sola comunidad. La tierra es una sola comunidad de existencia, el contexto donde existimos.
-- BERRY Thomas c.p. & CLARKE Thomas s.j., Befriending the earth (Twenty-Third Publications, Mystic 1991), traducción castellana de Elena Olivos (Reconciliación con la Tierra - La Nueva Teología Ecológica), Santiago de Chile, Editorial Cuatro Vientos, 1997), pp. 28 ss.
"Así, tenemos un universo unido, pero no tanto como para ahogar su expansión y creatividad". En nuestra señera especie tenemos determinación genética, pero no tanta como para que nuestra adaptación a los cambios del medio requiera millones de años, cual ocurre con las mutaciones morfológicas de nuestros hermanos vivientes. Mariano Corbí, en diversos libros, artículos y conferencias, explica que tenemos genéticamente determinadas nuestra fisiología, condición sexuada, condición simbiótica y capacidad de lenguaje; mas no así la forma de vivir nuestra sexualidad, ni cómo ha de ser nuestra organización familiar y colectiva, ni cómo concretamente hablar. La fijación de estos "cómo" la realiza la cultura que nos hace viables -tal su función biológica-, y fundamentalmente la cualidad adaptativa que nos aporta el lenguaje para alterar nuestro modus vivendi conforme convenga a las vicisitudes del medio. En este marco dinámico se comprende que las "buenas maneras" hayan tenido múltiples expresiones formales a lo largo de nuestro devenir histórico y geográfico; y que a la vez hayan mantenido un sustrato común en cuanto expresión excelsa de nuestra capacidad de hablar, simbolizar y crear. El cual no sería otro que el expresado por Thomas Berry en "la curva compasiva que abraza al universo", ni tan abierta que nos disperse, ni tan cerrada que nos oprima. Cotejemos con ejemplos extractados de un compendioso manual de nuestros días:
El apretón de manos debe ser con determinación: ni muy corto (que parezca que le resulta molesto), ni muy largo.
Firme: no ponga la mano blanda (que parezca que es de goma), ni apriete en exceso (no se trata de dislocarle los huesos a la otra persona).
[...]
Tan malo es el retraso, como llegar antes de tiempo (incluso puede que esto sea peor).
[...]
La propina [...] Ni muy reducida que enfademos al que la recibe, ni muy elevada que salga todo el personal del restaurante a rendirnos pleitesía, al tiempo que se preguntan quien es ese "chalado" tan dadivoso.
[...]
Su coche dispone de las luces que su fabricante estimó oportunas, no lo convierta en una discoteca rodante.
[...]
Cuando se celebra una comida o cena formal la disposición de la mesa debe seguir unas reglas muy estrictas:
La mesa debe estar totalmente preparada cuando llegan los primeros invitados (nada de carreras a última hora).
Debe estar bien iluminada: ni invitados deslumbrados, ni invitados en la penumbra.
[...]
La espalda recta, pero con naturalidad: ni encorvados, ni tampoco dando la impresión de estar escayolados.
[...]
Uno se debe servir una cantidad discreta:
Ni mucho (que parezca que hace días que no come caliente), ni poco (puede dar la impresión de que no le gusta la comida).
[...]
Hay que comer al mismo ritmo que el resto de comensales: ni muy rápido (no hay un premio para el que termine primero), ni muy lento (que hagamos esperar al resto de invitados).
-- ALMARAZ GONZÁLEZ Ángel Luis, Curso de Protocolo y Buenas Maneras.
Mi intención no es abundar en finuras protocolares, sino patentizar el equilibrio al que siempre ha tendido el comportamiento gestual de nuestra especie. Mediante la mímica, vocalización o danza, muchas veces no conscientes, desde nuestros albores biológicos hemos intentado captar las señales cósmicas escudriñadas por Julia Herrera, a la par que expresar la "sensación de pertenencia" comunitaria enfatizada por Thomas Berry. En cuanto vivientes culturales dotados de competencia lingüística, completamos nuestra indeterminación genética mediante el habla.
La gestualidad que cotidianamente y con mayor o menor conciencia ejercitamos o captamos, relativamente simple como la palabra, o más rica y profunda como el abrazo y el beso, el apretón de manos... no vale por sí misma, sino por su potencial expresivo. Mediante el lenguaje devenimos, mostrándonos y a la vez ocultándonos. Nuestro decir finaliza como algo objetivo, extraño a nosotros mismos. A veces, es el propio discurso el que más extrañeza causa. En la dinámica de este objetivarnos aprendemos a descubrir nuestro potencial humano -nuestro plus oculto-, a manifestar lo todavía no conocido, lo aún no dado a luz. Si nos quedamos en la mera contemplación del símbolo por el símbolo, éste se degrada y nos esclerotiza, como las buenas maneras forzadas o los "abrazos de la hipocresía".
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La misión de la gestualidad humana -concordante con la "curva compasiva" de Thomas Berry- es separar y acercar realidades distintas o eventualmente opuestas, crear entre ellas distancia y unidad. Distancia necesaria para propiciar la unidad. Cuando nombramos un objeto, por ejemplo, generamos un soporte acústico apto para describirlo, manipularlo o valorarlo en función de nuestra necesidad. Pero por el mismo hecho de nombrarlo ya lo estamos desvirtuando, al igual que a nosotros mismos, pues la dualidad sujeto-objeto sólo es válida para nuestra percepción de vivientes necesitados. Si bien ésta es insoslayable, lo que nos distingue y jerarquiza en la escala zoológica es la posibilidad de trascender aquella dualidad. A través precisamente del lenguaje cuyo potencial más acendrado radica en el silencio. Cual ocurre con la música, la declamación y el canto, inviables sin pausas silentes, nuestra capacidad de hablar es la que nos permite profundizar en el conocimiento silencioso y desde él advertir la autonomía de todo cuanto existe. De todo eso que está ahí y en nosotros se manifiesta sin que medien interpretaciones, valoraciones o construcciones lingüísticas. La realidad no es la enciclopedia que la describe, el territorio no es el mapa, la Luna no es el dedo que la señala.
La atracción gravitatoria que da soporte cosmológico a la gestualidad humana no es la fórmula matemática expresada por Newton. De ahí la precariedad inherente a todo tratado de "buenas maneras". Las múltiples manifestaciones de reverencia y respeto, el saludo y el diálogo, el apretón de manos, el beso, el abrazo, el amor físico... instrumentan y expresan un sutil juego de verbalización y silencio, de distancia y cercanía... tan precario como incierto, tan audaz como novedoso, tan fugaz como fascinante. El símbolo -y a fortiori el mito, en cuanto constelación de símbolos- tiene aptitud para unificar la multiplicidad de dimensiones en las que se debate nuestro existir. Y por esa misma razón es esencialmente paradójico, pues su función es consumirse en aras de lo que provoca.
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