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E. Los modales en la Baja Edad Media española. III.

El código de buenas maneras de la cortesía: Los modales en la Baja Edad Media española.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta nuestros días
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En primer lugar, de la pintura de la época a fin de tener constancia visual de la disposición física de los hombres y objetos en el momento de la comida (Nota: Retablo de San Martín de Tours (Pintado hacia la segunda mitad del siglo XIV. Museo Episcopal de Vic). Las Bodas de Caná (Nicolás Florentino. Pintor italiano nacido en 1403 y fallecido en 1471. Detalle del retablo mayor de la Catedral Vieja de Salamanca pintado en el año 1445).El festín de Herodes Antipas y Herodías (Pedro García. Fecha de nacimiento desconocida y muerto en 1496. Pintado en torno a 1495. Museo de Arte de Cataluña, Barcelona). La Última Cena (Francesc Serra, perteneciente a la familia de pintores que vivió a finales del siglo XIV y principios del siglo XV. Museo de Arte de Cataluña, Barcelona). Santa Cena (Jaime Baco Jacomart. Nacido en 1413 y fallecido hacia el año 1461. Pintor de cámara en la corte de Aragón. Museo de la Catedral de Segorbe, Castellón de la Plana)). En segundo lugar, de los testimonios literarios que aluden al comer en sus páginas (Nota: En este caso me he valido de Ruiz (1988) y Ruy González de Clavijo, citado en López Pita y Martín (1995)). En tercer lugar, de los estudios centrados en el bajomedievo que nos ofrece la historia de la vida cotidiana (Nota: Entre la amplia bibliografía existente he consultado Prestage (1928), Scudieri Ruggieri (1980), Rubio i Balaguer (1985), Menéndez Pidal (1986), Aries y Duby (1988), Delumeau (1989), Cardini (1990), García de Cortázar (1994) y (1994a), Valdeon (1996), Duby (1997) y Le Goff (1999)).

La sala aguarda la llegada de los hombres. Débilmente iluminada cuenta con una gran chimenea que intenta ganarle la partida al frío. La estancia es demasiado grande por lo que será complicado calentarla. El humo que la chimenea no traga espesa el ambiente y da lugar a una tenue neblina que blanquea la habitación. El suelo está cubierto de paja. Se espera el arribo de quienes harán la última comida del día; de ahí los bancos y el tablero. Nada impedirá que una vez saciados duerman allí mismo, echados sobre el suelo. De ahí la paja.

Los hombres se sientan todos juntos, sin apenas separación entre sus cuerpos, en bancos corridos. En el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita (1283-1350) se alude a esta ausencia de separación física:

"Tres cavalleros comían todos a un tablero,
asentados al fuego, cada una señero;
non se alcanzarien con un luengo madero,
e non cabrié entrellos un canto de dinero".
(Ruiz, 1988:373; verso 1271)

La comida está en la mesa sobre fuentes comunes de las que los comensales deberán servirse. La carne se pone encima de una rebanada de pan que enfila el camino de la boca. Entre los pudientes es la carne el elemento central de la dieta. Los que no pueden permitírselo sólo la degustarán en ocasiones señaladas -bodas, por ejemplo- resignándose al consumo diario de legumbres y hortalizas. En la escena que reconstruyo, los hombres comen carne en un ambiente enrarecido por el frío y el humo. De nuevo es el Arcipreste de Hita quien se ocupa de mostrarlo en los siguientes versos:

"El segundo [caballero] comía toda carne salpresa;
estava enturbiada con la niebla de su mesa;
faza nuevo azeite, con la brasa nol pesa;
con el frío a las de vezes en las sus uñas besa".
(Ruíz, 1988:374; verso 1274)

Los labios se llenan de grasa por culpa de bocados demasiado ambiciosos. Es tanto lo que se quiere engullir que no será raro ver cómo esa misma grasa también gotea por las manos. Ni platos, ni vasos ni jarras individuales: las copas habrán de compartirse al igual que las escudillas; éstas últimas en lo que es tenido por una demostración de camaradería. El propio puñal es el instrumento del que se valen los asistentes para tajar la comida. El único cubierto presente sobre el mantel es la cuchara, ésta sí propia de cada cual. Los dedos se apresuran a meter en la boca un trozo de carne tras otro. Casi no hay tiempo para masticar.

Jaime I de Aragón, en el año 1234, intentó poner coto a esta sucesión de desvaríos con un edicto que impedía servir dos platos de carne fresca en una misma comida, ora guisada, ora asada. Tuvo, en cambio, que ceder ante la demanda de que pudiera comerse cuanto fuera de carne salada y de caza. Su homólogo castellano, Alfonso X, en 1258, trató de limitar el número de platos servidos en cada comida. Pero al igual que el monarca aragonés no tuvo éxito en su empresa: ambos nunca pudieron restringir la cantidad de alimento presente en cada plato de tal manera que las normas que ambos promulgaron quedaron cojas desde su nacimiento (García de Cortázar, 1994:10).

En el mundo bajomedieval la provisión de comida es incierta. Es ésta una época de pillaje y asaltos en los caminos, de cosechas de futuro enigmático y de grandes dificultades para la producción de excedentes. Una gran concentración de comida sobre la mesa es la excepción y no la norma en el bajomedievo. Y es la excepción debido a esa precariedad vital. Los banquetes, por ejemplo, son mucho menos frecuentes de lo que se supone. Quien ofrece un banquete va a diferenciarse de sus iguales mediante la exhibición cuantitativa de comida (Mennell, 1987:33). La exhibición cuantitativa de alimentos cumple una triple función. Primera: el anfitrión demuestra ante los invitados la cantidad de recursos que atesora. Segunda: apuntala una imagen hospitalaria y generosa del propio anfitrión. Tercera: gracias al ceremonial que envuelve el banquete, se afirman los lazos de dependencia que existen entre los invitados y el anfitrión. Se necesitan mutuamente ya que quien convida no sería nada sin invitados y, simultáneamente, los que acuden tratan de formar parte del área de influencia de alguien que es capaz de hacer una demostración ostensible de propiedades y poder de convocatoria (Nota: Las afinidades entre el banquete bajomedieval y la institución del Potlach, presente entre los indios Kwakiutl de la Columbia británica son fácilmente perceptibles. Se trata de una cuestión que rebasa los límites del análisis que vengo efectuando del código de buenas maneras de la cortesía y que, por tanto, apenas puedo esbozar. La institución del Potlach permite que una persona adquiera y mantenga su influencia y prestigio sociales en el seno de la comunidad. El marco propio del Potlach es una fiesta convocada con motivo de acontecimientos socialmente significativos, simbólicos y conmemorativos. La clave de estas celebraciones reside en regalar y distribuir lo acumulado -alimentos básicamente- entre los invitados, quienes quedan obligados a devolver lo recibido en una futura celebración siempre en igual o superior cuantía. Se trata de un don en el que predomina la rivalidad, el antagonismo y la competencia. Endeuda, y obliga a quien lo recibe a superarlo, si bien el objetivo prioritario es conseguir que la devolución del don sea imposible. De este modo, colocando al otro en una coyuntura de deuda permanente y devolución poco menos que imposible, se le causa una pérdida de prestigio: se le dona a uno más de lo que puede devolver o se le devuelve más de lo que se le ha donado. Cfr. Godelier (1998:86-87). Fue Marcel Mauss en su Ensayo sobre el don, quien con más precisión analizó esta institución como don. Para una aproximación inicial a esta cuestión es de útil consulta Godelier (1998)).

Los banquetes no son habituales pero cuando se celebran es desplegada una abrumadora variedad y cantidad de comida, lo cual supone una auténtica conmoción para los hombres de la época. Así lo narra Ruy González de Clavijo en su Relación de la embajada de Enrique III al Gran Tamerlán. Enrique III de Castilla (1379-1406), preocupado por el avance de los turcos, envió dos embajadas a Tamerlán instando a contenerlos. Estas embajadas se prolongan desde el año 1403 hasta 1406 y son encabezadas por González de Clavijo. Quien los recibe les ofrece un fastuoso banquete:

"Cuando el señor mandó servir la vianda, trajeron aquellas pieles arrastrando que tiraba de ellas y apenas podían con el peso, tanta era la comida que venía. [...] fue puesta tanta a los hombres de los embajadores, que si la quisieran llevar, les abastara para medio año. Y en cuanto fue levantada la comida cocida y asada, trajeron muchos carneros adobados y albóndigos y arroz de muchas maneras (Nota: Ruy González de Clavijo, Relación de la embajada de Enrique III al Gran Tamerlán; citado en López Pita y Martín (1995:43-44)).

Según todo lo anteriormente descrito se hace difícil concebir la existencia de algún tipo de preocupación por el comportamiento decoroso. Es tanto lo que es preciso corregir que se antoja imposible imaginar a los hombres comiendo de otro modo. Empero, la cortesía prescribe un comportamiento substancialmente distinto en el que se puja por unos modales susceptibles de ser moldeados. Pudiera resultar insólito que junto a la tosquedad que preside la escena que hasta aquí he glosado exista en el bajomedievo una preocupación por el decoro en la conducta. Esa preocupación es cierta y de ella dan testimonio las obras que he empleado para presentar y analizar el código de la cortesía.

 

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