Carta a un amigo detallándole su llegada a una ciudad desconocida.
Carta a un amigo con gran detalle de su llegada a una ciudad desconocida.
Carta a un amigo detallándole su llegada a una ciudad desconocida.
Sr. D. J.B.O.
Barcelona.
Valencia 25 de octubre de 185..
Mi aprecido amigo:
Mil veces desde que llegué a ásta he cogido la pluma para escribirte y otras tantas la he tirado esperando sipmpre para el correo inmediato e lverificarlo, y así iría pasando hasta el dia del juicio, si no aprovechara un momento en que me ha dejádo solo mi compañero de cuarto y en que no se oye el bullicio que generalmente reina en esta endiablada casa. Para conversar con mis amigos, me gusta estar solo, enteramente solo como dice el pobre D. Simplicio en la "Pata de Cabra". Así pues empecemos, y empecemos por donde se empiezan todas las cosas, por el principio.
Mi viaje de esa ciudad a la del Cid, no fué acompañada de ninguno de aquellos lances que merecen referiese; no nos salió en los muchos lugares agrestes que se encuentran, ningún Jaime el Barbudo, ni se rompió el eje del coche, ni tuve a mi lado durante el camino y andando de noche ninguna fermosa romántica que tomase a los árboles por fantasmas y a mí por D. Gaiferos etc. Eran mis compañeros de viaje un valenciano más charlatán que un andaluz, con quien nos empleamos sobre si su dialecto era mejor que el catalán, defendiendo, como es de suponer, cada cual el suyo; uno que parecía estudiante muy apasionado por Cabrera, de quien debía haber sido amigo en otro tiempo; una vieja que iba a ver a su hija y una madre que llevaba a su hijo al colegio de las Escuelas Pías de esa tan brillante compañía; y esta sociedad, si bien no enteramente de mi gusto, no fue con todo de las más pesadas.
Metido en aquel cajoncito, no me quedaba otro recurso que sacar la cabeza por la portezuela y divertir la vista con los objetos que muy luego desaparecían con la velocidad con que íbamos. Confieso que mucha parte del terreno que atravesé me gustó, sin embargo, de que en muchos puntos se conoce a la legua la indolencia de los habitantes. El paso del Ebro es hermoso; no dudo te gustaría al verte en coche y en barco al mismo tiempo, y esto dentro un pequeño mar que atraviesas en un instante; lo que sobre todo me sorprendió fue la rapidez con que entró el carruaje en el barquichuelo construído al efecto, y la docilidad de los caballos a la vista de tanta agua.
A todo esto no dejé de experimentar cierto pesar interior, cuando al atravesar un puente me mostraron dos colunitas que constituyen la división de los reinos de Valencia y Cataluña. ¡Es tan dulce respirar e! aire natal! Yo no dudo que si tuviera un amigo a quien poder participar mis goces y mis penas, se me haría más soportable una vida que por otra parte no carece de atractivos; mas ahora me veo solo, aislado; las gentes que me rodean no me inspiran confianza, y si alguna que otra me halaga, luego pienso en que tal vez es el interés su único móvil. Mas dejémonos de semejantes consideraciones siempre desagradables y volvamos a nuestra descripción.
Del Ebro acá, se encuentra, como en todos los lugares del mundo, parte de bueno y parte de malo; pero lo que no tiene precio, es la huerta de Valencia; por do quier que dirijas la vista, ves un llano inmenso, poblado de árboles frutales hallándose a cada paso pueblecitos muy hermosos; el traje de las labradoras es de lo más pintoresco que puedes imaginar.
Ya me tienes en Valencia, una de las principales provincias del reino; apuesto los turrones que deberás comerte por Navidad, a que tú crees que esta población me gusta. Nada de esto, no porque no sea bonita, sino porque ningunas relaciones tengo en ella. Los primeros días los he pasado de la iglesia a casa y de casa al café; no te figures ahora que los cafés de ésta sean lo que en Barcelona; nada de esto; los tres mejores de la ciudad son algo más que los cafetines de esa; los demás son chuferos. Luego que he podido salir de este círculo gracioso, he empezado a recorrer las calles, las cuales son en general cortas y estrechas; hay algunas sin embargo, que no son malas; los edificios son bonitos y abundan sobremanera las casas de nobles y muchos conventos, de lo que se traduce que antiguamente esta ciudad sería el asiento de la grandeza y del clero. Los edificios públicos más notables que he visto son: la casa Lonja, donde hay un salón con una multitud de colunas enroscadas que sostienen el techo altísimo y primorosamente labrado; el Temple donde actualmente hay las oficinas de hacienda y cuya hermosa fachada da una idea de lo suntuoso del edificio; la catedral cuyo interior es todo de mármol; ios púlpitos son de cobre macizo; en el altar mayor hay dos o tres lámparas que me parecieron de oro puro perfectamente cincelado. Dijeronme que en la sacristía se conservaban varias antigüedades como la espada del rey D. Jaime etc., que no he tenido ocasión de ver todavía.
Hay varios paseos extramuros, como la Alameda vieja, paseo del Grao, el de los Menestrales, etc.; pero el más concurrido y en el que va el gran tono, especialmente los jueves y domingos, es el que hay dentro de la ciudad, al pie de la ciudadela, llamado la Glorieta. Circuye la ciudad en sus dos terceras partes el río Turia, sobre el cual hay siete puentes de seís a ocho arcos cada uno, que dan a otras tantas puertas de la ciudad, de las cuales la de Serranos fue la que más me llamó la atención por sus torreones colaterales de un gusto exquisito.
Del carácter de los habitantes poco puedo decirte, pues apenas he tratado con ellos; con todo son, a mi modo de ver, algo volubles y ligeros. Las mujeres. por lo general, son amables, es decir un poco más que las catalanas y un poco menos que las andaluzas. Oyese de continuo en las calles una grande gritería de los vendedores de Cacauet, tremusets, leche, café, torradet, geladet, panolles, horchata, etc. Mucho lujo en las tartanas, de las que hay infinitas, pues todo caballero o menestral acomodado no puede pasar sin esta clase de carruajes, y a la verdad que es una moda muy bien entendida.
Los trabajadores y criadas van a la plaza, se endilgan todas las mañanas su geladet u horchata, en vez del aguardiente que se sorben nuestros compatriotas, de lo que resulta que en general esa clase de gente tiene un color cetrino, lo que dependerá también de la mala calidad de los alimentos y de las aguas, las cuales son de pozo. Las fuentes es cosa desconocida en este país, y a la verdad no es posible que las haya, en atención a que las montañas están muy distantes.
Esto creo te bastará para que te formes una sucinta idea de lo que es Valencia. Espero que durante el mes que pienso permanecer en esta dudad, me será dado comunicarte muchas cosas de las que hasta el presente no he podido enterarme. De este modo verás como cumplo la promesa que te hice de hacerte partícipe de mis impresiones de viaje.
A Dios, amigo mío, no olvides al que lo es de veras tuyo,
J.S.
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